¡Desgraciado del que necesite ideas para fundamentar su vida!
“La ideocracia” (1900), Miguel de Unamuno
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La malograda propuesta constitucional es una pieza retórica (y literaria), artefacto dirán los más encumbrados, embadurnada de palabrejos tales como “expresiones de género”, “derechos de la naturaleza”, “igualdad sustantiva”, “personas gestantes”, “economía social”, “desarrollo armónico”, etc. ¿Qué diantres pensaban los convencionales, asesores y doctores de las iglesias de turno con esa “casa común” que se asemejaba a una fraternidad de campus estadounidense?
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En su copiosa e invariable segunda cuenta presidencial, nuestro joven mandatario obseso mentaba el concepto de patria para rematar espiritual (y frusleramente) con el de democracia. Menudo y chusco trapicheo de regímenes o mitos: de las empanadas y el vino tinto a la happy meal (“cajita feliz”).
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La democracia vista como hecho providencial, religión política o credo tanto por tirios y troyanos expulsa las virtudes prácticas y el sentido de lo común. Hoy sin chistar ni remilgar nuestras élites, que no saben de valores ni límites, metamorfosean los restos de República y la idea de Estado en una administración, gobernanza de intereses. Su remozada rebelión, de Axel Kaiser a los preclaros pupilos de la University College London, no es más que una democracia de idiotas, un orden que olvida lo más propio, nuestros hábitos y palabras en común, y cuida solo de negocios privados, de los derechos de los individuos.
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La tan anhelada sociedad de bienestar o consumo (obra de las ensoñaciones socialdemócratas) no es más que una “vida en común, pero desprovista de una efectiva comunidad de principios, valores y metas” (Martín Cerda).
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Deber, responsabilidad, autoridad: voces en desuso, palabras sacrificadas en el “estupidero” de nuestros días.
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La arrogancia de las ideas (y las buenas intenciones), la más odiosa de las tiranías, se traduce hoy en el desprecio a cualquier tentativa de arraigo, identidad o destino.
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¿Cómo vivir en un mundo sin ilusiones donde todo aparenta ser vértigo y nihilismo?
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“El nuevo capitalismo ha creado su propio mito: el Bienestar. Y su tipo humano no es el hombre religioso o el hombre de bien, sino el consumidor que se siente feliz de serlo” (“Las fiestas y el consumismo”, Pier Paolo Pasolini)
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Las nuevas generaciones arrulladas por el reino de la tolerancia y el deseo, ignoran que tan sublime decorado espiritual no es más que un cínico guiñol donde los letratenientes y pipiolos de última hora se solazan con la destrucción de los asuntos de la ciudad, la casa y sus entrañas.
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