No soy pitoniso; quizás un apostador. Me pregunto qué es lo que se viene en materia literaria en La Araucanía y estoy tentado a lanzar los dados, jugando con la suerte en la tirada. Quizás no me quiero casar con nada, para que no me duela tanto el divorcio con mis propias prospecciones. Sé que la interrogante nos enfrenta a un fenómeno complejo, o sea, que tiene ángulos, que es multidimensional, que tiene contexto. Advierto que soy de esta tierra, así que ineludiblemente abrazo mis propios sesgos. Desde joven, la idea de que el presente no se sostiene sin lo que dejó deambulando la memoria colectiva, me ha costado más de un insomnio, apenas atenuado por las copas de vino tinto. Así son las máquinas del tiempo.
Allá por el año 1590, nuestro territorio inspiró “La Araucana”, de Alonso de Ercilla, poema de “los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos y pueden competir con los más famosos de Italia; guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España”, como dice la voz del cura que provoca el incendio de la biblioteca, momento pirómano lanzado a la posteridad en el “Don Quijote", de Miguel de Cervantes. Años después, “Cautiverio Feliz”, de Francisco Núñez de Pineda, fechado el año 1673, “una de las obras más leídas en Chile y aún en el Perú durante la Colonia”, según José Toribio Medina, el destacado biógrafo, historiador y lexicógrafo chileno. Y tiene que haber sido paradójico, mientras era leído ese relato autobiográfico, imaginar a Núñez de Pineda, prisionero, paseando jovial como Pedro por su casa entre los mapuche. Tanto así, que Pedro Cayuqueo observa la obra como un “relato del joven capitán capturado por guerreros mapuche en las batallas de las Cangrejeras (1629, cercanías de Yumbel) y de los siete meses que pasó prisionero”, en el prólogo de su adaptación desde el castellano antiguo al español contemporáneo de esta obra, gesto editorial e intercultural que actualiza la importancia de la lengua que ha recogido como locación a este territorio y las vivencias a él asociadas. Cayuqueo no se anda con chicas: “un verdadero bestseller de la época”, comentó en una conversación informal, para ilustrar el alcance de este libro en su momento.
Sin embargo, esta tierra también fue escenario de una sincronicidad virtuosa, cuando en Temuco, en 1920, coinciden dos futuros premios nobel: la directora del liceo de niñas Lucila Godoy Alcayaga, que en 1915 publicara -con el pseudónimo de Gabriela Mistral- su libro los “Sonetos de la muerte” y el adolescente Ricardo Reyes, en una época en que la literatura chilena buscaba dialogar horizontalmente y sin complejos con las vanguardias europeas robustecidas por el creacionismo y el surrealismo. Y a partir de ellos aparecen Juvencio Valle, Jorge Teillier, Selva Saavedra, Omar Lara y nuestro querido Guido Eytel. La actualidad literaria en la Región de La Araucanía es insólita. Elicura Chihuailaf es el primer poeta mapuche en recibir el Premio Nacional de Literatura el año 2020. Su obra, en mapuzungun y en lengua castellana, aborda los géneros de la poesía, el ensayo, además de la memoria. El texto poético “De Sueños Azules y Contrasueños”, se embarca en el duro desafío de ilustrar el ser mapuche en la actualidad, así como “Recado Confidencial a los Chilenos”, donde ese ser mapuche se estrella contra el racismo, la segregación y la exclusión criollas. En todas sus obras, la memoria y la autoconservación de las culturas mapuche, se balancean peligrosamente en un profundo contrasentido entre la tradición y la modernidad, reconociéndonos los humanos como pasajeros transitorios en la existencia y la Naturaleza.
Al mismo tiempo, el escritor Pablo Ayenao, un par de años antes, en el 2016, ganaba el Premio Municipal de Literatura de Santiago con su novela “Memoria de la Carne”. Ayenao relata, de manera abstracta y aérea, cómo es golpeada la psique de dos hermanos, en medio de la soledad, el dolor y el abandono. Y no sé las razones por las cuales la literatura de La Araucanía hace de espejo existencial de la herencia vivencial e histórica de sus habitantes, pero alivia esa lectura que enrostra lo que fuimos y lo que somos, más allá de todo romanticismo: dos culturas que no han podido encontrarse, como dos almas que no terminan de conocerse, para así apreciarse en su franca desnudez; soledad, dolor y abandono, de unos respecto de los otros, se repiten como un bucle en el espacio-tiempo en esta tierra fronteriza, claustro de nadie, páramo de apasionados amores y sofisticadas odiosidades.
Ni siquiera lejos La Araucanía deja de reverberar. Hace sólo unas semanas acaba de salir de imprenta la novela “Ercilla o las Contradicciones del Imperio”, de Patricia Cerda, reconocida escritora penquista radicada en Berlín, autora de imprescindibles novelas históricas. En el mismo género transterritorial, también surge el escritor e investigador Guillermo Párvex, especialmente en sus novelas “Invasión del Gulumapu” y “Frontera sur”, así como “Füchse von Llafenko” (Zorros de Llafenko) de Gloria Dünkler, todas de relativamente de reciente aparición y con fuerte anclaje temático en estas tierras. Otros oriundos o ligados a La Araucanía transitaron por los intersticios de las creaciones literarias, como María José Ferrada, con su novela “Kramp”; César Cabello, con sus libros de poesía “Lumpen” e “Idolatría del Huésped” y; Leonardo Sanhueza, con su novela “El Año del Perro”, que circula por la miseria humana y sus utopías forjadas en el itinerario multicultural de todo hombre y mujer en resistencia.
En estos tiempos, donde todo se enrarece en torno a las condiciones de vida y a los acontecimientos políticos, cuesta hablar de futuro, porque esto no es un juego de adivinanzas. Sin embargo, hasta de los escombros de un incendio se encuentran chauchas que sirven. A partir del triunfo del rechazo y la aniquilación de la propuesta de nueva Constitución emanada del poder constituyente, la realidad nos ofrece material en el plano político no muy distinto a lo que es la continuación y posiblemente un recrudecimiento neoliberal y a una nueva revolución tecnológica, impactando en las literaturas situadas en nuestra región y territorio. Por ejemplo, una ácida crítica al neoliberalismo y al sistema político y económico imperante se encuentra en la poética del padrelascasino Rubén Cifuentes, con su libro “Barrio Esperanza” que, con un lenguaje de los bajos fondos, retoma la pobreza y la precariedad de la existencia, sin hacer concesiones al poder. También una producción poética muy interesante va de la mano de la poeta temuquense Dafne Meesz, autora inédita que, con una fuerza declamatoria, se centra fundamentalmente en la vivencia íntima del ser mujer en la vorágine de estos tiempos. Y con un ímpetu y ambición por la producción y publicación literarias, aparece Gonzalo Garay con sus “Cocina de Autor”, “El Sueño de los Justos” y “El Griego”, entre otras narrativas con una fuerte carga vivencial, que surgen al sumergirse en los entornos sociales en que se desenvuelve, buscando acoplarse a los tópicos de la cultura universal. Siempre la pluma se suelta, cuando la vivencia y los sucesos que la engendran se deshilvanan en el tejido de palabras que esculpen imágenes, experiencias y memorias. Es la maldita o bendita pluma, según desde dónde se la mire. Por eso aquel o aquella que escribe nos devuelven, con brutalidad o ternura, nuestra desdibujada imagen en un espejo muchas veces empañado. Pero ¿podemos capturar el porvenir desde ese reflejo? ¿Algo tan propio del autor o autora puede rescatar una pequeña porción de lo colectivo presente en estas tierras? No lo sé. Quizás hablar del futuro de la literatura en La Araucanía, sea un mero ejercicio realizado en una amena conversación en un café, un viernes por la tarde, mientras el entorno y el mundo se elevan hacia las cumbres o se precipitan inevitablemente por el despeñadero. Es que es difícil hablar del porvenir, con el aroma del café, el sabor del vino y la conversación con los amigos, que distraen nuestra mirada hacia el espejo.
Entonces, que el futuro venga sin complejos: Ahí veremos si es tan chorizo para que la pluma se levante y al fin librarse a golpes en los cuadriláteros del alma.
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