El agua hierve su canción de vida,
Para tazas de distancia
De añoranzas idas, de cafés compartidos.
Bebo el pasado
Tras estos ventanales…
- Desde mi rincón. Selva Saavedra (1902-1990)
La poética femenina en la Región de La Araucanía tiene varios matices. Y no hablo desde el pódium de la erudición, sino desde la propia vivencia. Es que en los últimos años he conocido a mujeres que han desarrollado su lírica, en una clara ruptura con cánones aceptados en la poesía de la mujer, como aquellos con aroma a romanticismo y religiosidad. A partir de los años 80’ en Chile se ha vivido un auge de la poesía de las mujeres, incremento creativo que parte, en gran medida, con el regreso al país de cientos de mujeres que vivieron el exilio. Con ellas arribaron nuevas propuestas estéticas que generaron un fuerte movimiento literario, aunque de toda esa ola de representantes muy pocas llegan a La Araucanía, a esta tierra de fronteras y turbulencias.
Sé lo que he leído, lo que escuché, lo que vi y lo que recuerdo. Quizás eso es lo único que me pertenece. Fuera de Temuco, en comunas, en cada pueblo, es posible encontrar, por lo menos, una figura femenina relevante en lo poético. Muchas de ellas, que ya no viven y que dieron a luz sus letras mientras caminaban por el ripio de las calles, escasamente se conocieron fuera de los límites de sus propias localidades.
Puedo cerrar los ojos y verlas, porque la evocación siempre le hace la finta a la muerte y al espacio-tiempo. Puedo ver a Eroína Valenzuela Castillo, profesora normalista que desarrolló toda su vida profesional en Nueva Imperial, a la par de una producción poética con enfoque en la infancia, de la cual se publicó un pequeño libro de rondas, hoy casi completamente perdido y olvidado. Fue la “poetisa” (así las llamaban en otros tiempos), viva y cercana para la generación de mis padres, que recorrió algunas comunas de la región con su trabajo literario, motivada sólo por la ternura que es capaz de ablandar las durezas del alma.
Curiosamente, hace menos de un mes conocí a un mediador de lectura que mencionó algunos de sus versos, heredados de la memoria materna. Y sus textos leídos volvían a materializar la figura de Eroína Valenzuela, porque, al fin y al cabo, cuando el verso resucita y la muerte ya no es muerte, la obra adquiere un mérito histórico en pueblos y calles, y merece atención como un latido auscultado junto a la frecuencia poética y mnémica de los corazones.
Es cierto que hoy existen diversas formas de divulgar las creaciones literarias. Sin embargo, aunque parezca increíble, existe una especie de reticencia de nosotras a esparcir los versos en medios digitales (será cosa de mujeres sureñas, tal vez), en ese ciberespacio tan ajeno a la intimidad sorora de las lecturas, esas que se dan en espacios físicos reales, donde la experiencia aún importa y genera una especie de comunidad creativa intergeneracional. Para las mujeres todo encuentro tiene un sentido, porque apela, aún hoy, a las fuerzas de comunión que conducen a posibilidades trascendentales, quizás absurdas para algunos que transitan en la vorágine de las ciudades grandes. Todo encuentro tiene sentido, porque la poesía de mujeres se despliega en estas tierras para ser oída en los lugares de origen. Pero, también para llevar hacia afuera ese testimonio literario tan relevante para las poetas, como la huella que evidencia un lenguaje tan propio, tan íntimo, que hace necesario y, a veces, urgente, presenciar el impacto o su reverberancia en el tiempo.
Cierro los ojos y siento el calorcillo de la memoria, como una tibia taza de té compartida entre verso y declamaciones. La poeta inédita Sonia Huentemil Matamala, de Carahue, es una de mis admiradas; maneja con fluidez un humor cotidiano, cargado de una fresca ironía, en donde el principal personaje de quien se ríe es ella misma. Ella es escribe en De Peces en el Cielo…
“Claudio, el calvo, deshoja girasoles
como margaritas
porque dicen que lo quiero
aunque sus ojos verde humo
no vean paisajes en las nubes
ni cuenten las estrellas
ni les ponga nombre
porque él ve peces,
peces voladores.
Su pequeña sonrisa
sabe que hablo con los muertos,
de mucho antes,
por eso puso la luna en su cabeza
y deja manchas en el mantel
y huellas de barro,
para que encuentre el camino a su casa
(que es también mi casa)
y regrese al mundo de los vivos”
Algo me pasa cuando leo a las mujeres de mi tierra. Al pensar en su poesía, me pregunto si los lazos entre las autoras son tan fuertes como el poder de sus creaciones o si padecen de una falta de “sororidad literaria”. Y me pregunto eso recurriendo a la propia vivencia. Muchas veces, en Temuco, en la presentación de algún libro, está más presente la autoría masculina. Entonces, siento esa necesidad de que se consolide un frente de apoyo entre nosotras, sin categorías que nos dividan. Pienso en una audiencia lectora de mujeres, con más espacios de encuentro e intercambio, ganando las plazas literarias que habitamos. Pienso en La Araucanía como una geografía literaria en que vencemos la amenaza del autosabotaje, no por autocomplacencia, sino que porque desde la creación seguimos siendo críticas.
Cierro los ojos y siento el trabajo escritural de las mujeres, donde contribuimos a ser parte de una literatura regional potente, que da cuenta de esta pluriculturalidad de voces femeninas auténticas, capaces de traer el pasado cargado de sinrazones hacía nuestro espacio de encuentro y reconocimiento. Pero, es necesario resignificar en nuevos lenguajes poéticos el presente que conduce, no sólo a quienes ya están en el mapa literario regional, sino a las poetas silenciosas que habitan lo rural y urbano, tan lejanas de los grandes y pequeños centros de este poder que, a veces, incluso por cansancio, nosotras negamos.
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