Fotografía: Pamela Alvarado-Alvarez (Serie A través de mi ventana)
El sueño de la muerte
Exactamente ahora
bajo este cielo,
viendo fijamente algo,
un hombre muere.
Es o pudo ser
amigo de alguien,
fue o pudo haber sido
un pieza clave
en alguna historia.
Llevó o deseó llevar
consigo un secreto, un misterio,
un recuerdo, una memoria,
una respuesta en la
que se mezclasen
sus sueños, sus miedos,
su orgullo, sus deseos
más abyectos y silenciosos.
Un hombre muere
y una cadena infinita
de hechos y promesas
se rompen
transformándose en
el principio de otro fin.
Hay calles como trampas,
hay ciudades luminosas
como sembradíos de maravillas
hay cosechas abundantes
de muerte y riqueza
que esperan ser segadas.
Hay en cada vida
una guerra sin tregua
en la que nadie
cantará victoria.
La muerte,
forma dentro de la forma,
pretexto, causa y motivo
para ir por ahí
diciendo a cada hombre:
Bebe tu nombre y linaje,
come de tu cuerpo
y de tus hijos
que no serán,
ama el poema
que sin saberlo
y en lengua extraña
escribieron tus pasos
por la tierra.
Ser,
ha sido siempre,
la única prueba
de que nada existe.
Triunfo del caos
En la feroz maraña del bosque,
en las olas que se mecen,
en las espigas de trigo maduro
barridas por la brisa de verano,
en el vuelo apresurado de las golondrinas,
en los caudales que se despeñan
violentamente al vacío,
en el centro del fuego,
en el ojo del huracán,
en el diseño anómalo y perfecto
de los árboles, las piedras y
el pelaje de algunos animales,
en la violencia sin medida
de la luz existiendo
por medio de la destrucción sutil,
en la guerra, en la poesía
y en el amor que nos promete
liberarnos de la esclavitud
del tiempo y la muerte,
en la memoria y simultáneamente
en el más grande olvido
se va escribiendo la historia
del triunfo del caos en el universo.
La palabra lluvia debe caer como la lluvia
La palabra lluvia debe caer como la lluvia.
Y la palabra cielo debe flotar
al rededor de las aves y los astros.
La palabra tiempo debe venir
desde la lejanía sin memoria
detenerse como un instante
durante toda la eternidad.
La palabra vida brota en un alto manantial,
se despeña entre acantilados,
se estremece y convulsiona,
se apacigua y es vadeada.
Alimenta y transporta su caudal
con poderío , violencia y ternura
hasta llegar al mar.
Se hace ola, espuma y estallido.
Desde el horizonte se levanta
como una venganza insaciable
que retorna una y otra vez
hacia las altos glaciares y cumbres,
para volver a escurrir
en la rueda del destino.
Las palabras amor y muerte
no deben ser dichas
porque no son palabras
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