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  • Manuel Alvarez

Más allá de lo bueno y lo malo




Por Manuel Álvarez

Disolver la dicotomía que se establece entre el par de significantes bueno y malo, si bien desde una primera mirada puede parecer un ejercicio complejo, desde una lectura psicoanalítica puede considerarse como una deconstrucción que participa del andamiaje teórico que sustenta, a su vez, la práctica de interpretación del malestar en la cultura y de los avatares que el ser humano, en su singularidad irrepetible, atraviesa. No se trata de relativizar qué es lo aceptable y lo no aceptable legalmente dentro de una sociedad, el problema no se plantea dentro del campo de lo jurídico. Sabemos de la importancia, más en estos tiempos, que tiene para un país el poder establecer claramente las reglas del juego y que estas se respeten sin distinciones. Una constitución raya la cancha, instaura los posibles y las prohibiciones, instala reglas que enmarcan las relaciones de acuerdo con un proceso colectivo. En el caso chileno también instituye una fuerza instituyente.

Ahora bien, una cosa es el marco simbólico jurídico en el que como sociedad nos movemos y nos moveremos (esperemos que así sea y no suponga un estancamiento), y otra, es la relación que cada uno/a establece con lo simbólico, y a partir de la cual se constituye la relación al Otro. El psicoanálisis ilumina la singularidad radical del sujeto, la solución infantil que cada uno/a ha encontrado para ir situándose en el mundo, en este sentido, ilumina la construcción que cada quien ha ido erigiendo para, a partir de allí, establecer una relación determinada frente al exterior como frente al movimiento interno pulsional.

Desde nuestra escucha clínica orientada por los fundamentos inaugurados por Sigmund Freud, nos toca asistir a aquellas formas únicas e inéditas de habitar el lenguaje, lo simbólico, formas irremediablemente desconocidas (inconscientes) por el propio ser hablante. Nos encontramos —en los dispositivos de atención públicos y en nuestras consultas privadas— con las formas que tienen nuestros/as pacientes de llevar la herencia simbólica, los deseos de los padres y madres, de abuelos/as, los discursos que anteceden, los significantes que han marcado las vidas incluso antes del nacimiento. Pero además, y no con menor potencia, nos toca presenciar el encuentro del sujeto con lo que Freud denominó la compulsión de repetición (Wiederholungszwang).

Esta compleja tendencia humana, esta “mala noticia”, como Freud la acuñó con propiedad en 1920, nos puede llevar a los más oscuros rincones de la experiencia de vida, donde más allá de lo bueno o lo malo de aquello, corremos el riesgo de quedar fijados a una manera desligada, aunque paradójicamente satisfactoria, de llevar la vida, en la cual no se puede hacer las cosas de otro modo. La experiencia clínica nos enseña que la posibilidad de hallarse inmerso en este goce autodestructivo no es exclusiva de ciertos pacientes (la película Live in Las Vegas, puede ser un ejemplo posible), esta potencia “demoniaca” (decía Freud) puede desencadenarse en momentos en que la estabilización, la homeostasis de cada uno/a, por motivos absolutamente singulares, se ve trastocada, se ha perdido.

La forma que cada cual puede encontrar para lidiar con la tendencia repetitiva, con la pulsión de muerte y, por tanto, con lo tolerable e intolerable para cada uno/a, nos podría remitir, más que a un juicio moral, a una manera de sobrellevar lo complejo del vivir mismo. Quizás a partir de esto, considerando este factor fundamental inmanente de la vida humana, a sabiendas de su advertencia, es que sea posible también hablar de lo bueno y lo malo en términos de bienestar o malestar subjetivo.


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