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Editorial NN 7. Agosto 2020: El perro se fue a una ciudad donde no hay Coronavirus

Actualizado: 23 may 2021



“Lo que nos espera en adelante es algo mucho más inquietante; el espectro de una guerra “inmaterial” en la que el ataque es invisible; virus, venenos que pueden estar en cualquier sitio y en ninguno. En el ámbito de la realidad material visible, no sucede nada, no se producen grandes explosiones; y, aun así, el universo conocido comienza a desmoronarse, la vida se desintegra.”

Slavoj Zizek

No existe discusión sobre los cambios individuales y colectivos que la pandemia a traído consigo. Una energía transformadora que mediante el uso del arma de control social más efectiva -el miedo- está enquistando modificaciones en distintas capas del tejido social. El impacto que estas transformaciones aparentemente transitorias genere en la evolución cultural está por descubrirse, no obstante, algunos vaticinios son un tanto desoladores.


Pensemos en tres o cuatro ejemplos tangibles: desarrollo de los procesos educativos a través de sitios web; masificación del tele trabajo; compras on line del pedido semanal de frutas y verduras; aumento de la violencia doméstica. Existe aparente consenso sobre lo inesperado de un fenómeno como el que estamos protagonizando, aunque más bien, no mucho se está escribiendo sobre quienes son realmente los beneficiados de la sistematización en la implementación de cambios que hoy se asumen como “estrategias adaptativas”. No obstante, la tentación de hacerlos parte de la dinámica “normal” de vida en el futuro inmediato es muy alta, sin reparar en que los costos humanos y sociales pueden ser atroces y la capacidad de torcer el nuevo rumbo sea cada vez mas remota.


¿Estamos administrando soberanamente los cambios en nuestra vida o, lisa y llanamente, estamos dejándonos llevar por una inercia dictaminada por supra estructuras cuyas reales intenciones desconocemos?

Volvamos: la casa devenida en escuela y oficina; híper exposición en redes sociales; lechugas a domicilio; sobrecarga de labores para las mujeres; por nombrar algunas materializaciones de esta “nueva normalidad”.

¿Un chiste bastante raro no?

La disciplina para subirnos a este carro de “sobrevivencia” ha sido de militante de base. Inundamos las pantallas con nuestro hedonismo camuflado de necesidad comunicativa; consumimos compulsivamente desinfectantes, vino y chatarra; se diseñan cápsulas de bienestar; no abrazamos a nadie, se niega al otro como un legítimo otro… un espectáculo vacío y cruel que ni la más elaborada de las distopías de Saramago simuló alguna vez.


El filósofo francés Pascal escribió que “todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación”. El directorio de la Organización Mundial por el Control de la Humanidad dictaminó que teníamos que quedarnos encerrados hasta que se terminara el castigo - lo que en este caso equivale al descubrimiento milagroso de una vacuna o al desarrollo de la mentada inmunidad de rebaño- y, para no perder la costumbre, mostramos la hilacha. Los hechos últimos de Curacautín así lo reafirman. ¿Que podemos esperar sobre el futuro de las discusiones sobre las problemáticas de género con los rebrotes de fascismo cavernario de este “extraño país llamado Chile”? ¿Que espacio real de reflexión y discusión podremos darle, por ejemplo, a la ya anacrónica definición binaria de sexualidad, si estamos obsesionados por lo evanescente sin darnos espacio a cuestionar nuestro rol social en las transformaciones del ser?


El hijo mayor de unos amigos que viven en el sur dice que el perro que los abandonó se fue a una ciudad donde no hay Coronavirus. Él cree que esa ciudad es Chiloé. Pienso que el niño se refiere a ese Chiloé de la primera mitad del siglo XIX, independiente, soberano, ya que hoy nada que sea parte de este país puede estar libre de algún “mal”.

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