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Poemas de la Bahía chica.

  • Oscar Vidal
  • hace 5 días
  • 3 Min. de lectura

Foto: Manuel Moreales Requena.

Poemas de la Bahía chica

I

Pareciera que el sonido del mar con su rumor fuera lamiendo

la piel de tus brazos y de tus hombros dorados al sol

Que tu sonrisa bajos los cristales oscuros de tus

anteojos se colorea de otros colores

como el pelaje de un animal descubierto

repentinamente en medio del bosque.

 

(Igual que la luz relampagueante de sus ojos y

un destello veloz entre el ramaje).

 

Allí estuve yo, atesorando cada imagen, apegado al

olor tostado de tu piel.

Mientras tratas de nombrar los pájaros que escarban

entre las piedras,

los pájaros que trazan su ruta a media altura,

los pájaros que apenas un punto oscuro eran

en lo más alto,

los pájaros que a trinos se responden mensajes

arcanos más allá del lomaje suave de las dunas.

 

Allí estuviste, tristísima y extrañada, pero levemente

contenta de estar allí

y no en el otro lugar o en ese otro tiempo que te

zumbaba todavía en un punto inespecífico

entre el ombligo y la columna vertebral.

 

II

Escribo 

toda flor tenía un parecido cósmico con mi patria 

caminaba por Hualpén hecho una furia

me metía a La Diego como si fuera de ahí

me metía a La 18 como si fuera de ahí 

me quedaba en La Críspulo

como si todos los chiquillos de La Críspulo fueran mis hermanos

 

Estuve furioso a los pies de Ciudad Gótica 

caminaba por Colón hecho una furia 

caminaba frente a La Rocuán hecho una furia

y pasaba por fuera de La Camanchaca echando pestes

con los últimos 70 pesos

el precio de un cigarro al lado del cuartel de bomberos

era 1998.

Me devolvía tranquilo, sed non sereno

y ponía un vaso con agua y una vela en la ventana de mi pieza recién aseada

un vaso de alcohol isopropílico encendido da una llama azulina

todo atardecer tenía un parecido cósmico conmigo

 

III

El pie de ella jugaba a revolver el montón

de colillas que se había acumulado bajo la banca

casi todas las noche pasaban los ebrios camino a los cerros

se detenían a conversar en esa banca,

a veces ella los escuchaba conversar

en el dialecto cósmico del alcohol.

los ebrios tenían las caras rojas e hinchadas,

los ojos hundidos

las bocas partidas por el vino y la salobridad

mantenían cerca a sus perros

mientras invocaban dioses lejanos en sus rezos sin final.

 

Respondían a nombres claros y sencillos:

el viejo pepe,

el viejo mono,

el viejo claudio,

el loco mario,

el tongüi,

el hueñe,

la rosa,

la loca marta.

 

Siempre solitarios,

sólo escasas veces, de esquina esquina

se imprecaban para trasmitirse las visiones

como si estuvieran cambiando el turno en una trasmisión mística. 

 

En el dialogo incansable con dios

que los traicionó y los hundió en el pajonal del trago y la inmundicia.

en el dialogo incansable con dios

y otros seres místicos que logran mantener a raya el derrumbe

son estas bestias las que han sostenido las últimas ruinas

en sus mantras sostienen la tela frágil y dañada

la última saga del mundo. 

 

IV

Dónde dejé a estos dos, hace años ya

paseando por el pueblo huraño

paseando por un pueblo grisáceo y hostil

planeando ir al muelle el sábado

a ver si tenían suficiente para pagar la micro

en esa época en que aprendí a llamar textos a los poemas

sabiendo que ningún hipermedia sería suficiente

para almacenar el habla

el habla sagrada y el manifiesto de la poesía telúrica

los dejé como están

a medio morir

agarrados uno al otro en un temblor de ternura.

 

V

La llama de la Enap estuvo muy alta esa noche

más alta que nunca esa noche

en medio de una isla del Biobío

tan alta que vimos demonios entre las nubes.

 

Abrazados y risueños

fuimos como perros del amanecer

rojos de sulfuros

con las caras estúpidas y torcidas

de haber mezclado las tabletas de tu viejo.

 

Con la llama de la Enap

en la discoteque más ordinaria de Chile

bailamos entre los niños del Macera

mientras en Kirikina Island no quedó ninguno

mientras en Rocuan Island no quedó nessuno

nessuno.

 

VI

Anoche mientras leía apareció de repente,

sin nadie que la invitara, una palabra deplorable

ni la ubérrima de Vallejo tendría ahora el coraje

de atravesar este callejón oscuro,

de adentrarse en El Tajo.

 

Uno siempre es de pueblo pequeño,

porque así es su alma.

 

 

Oscar Vidal Fuentes (Talcahuano, 1982)  Psicólogo con especialización en psicología comunitaria e intervención con víctimas de violencia grave. Como escritor, su obra ha sido publicada en distintas antologías. En 2010 publica Paxaricu  reeditado por Balmaceda Arte Joven en 2016.  En 2024 publica Zonas de sacrificio por Editorial Taller del Libro.

 

 

 
 
 

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