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  • Mauricio Redolés

El alivio de Luis…, varios años después. (Artículo completo)



A Viviana, Tito, Karinna y Nelson

Por Mauricio Redolés Bustos

LUIS NOS RELATÓ… “El 10 de diciembre de 1973 fui detenido en Valparaíso por dos personas que se identificaron como agentes del Servicio de Inteligencia Naval (S.I.N.). La detención se realizó aproximadamente a las 13:00 horas cuando llegaba a mi pensión a almorzar luego de haber asistido a clases en la Universidad de Chile, Sede Valparaíso, donde cursaba el primer año de Derecho. Yo tenía en el momento de ser detenido 20 años. La detención se llevó a cabo en la puerta de mi pensión ubicada en Pedro Montt 1835 (ese creo era el número, esa propiedad fue posteriormente demolida).

Fui conducido a unos 20 metros de esa dirección a una camioneta de la Armada que estaba estacionada en la Avenida Pedro Montt. Al lado de la camioneta, en posición de hacer guardia, había un marino armado con un fusil ametralladora. La camioneta tenía la parte de atrás cubierta por una cabina de metal y vidrio. Al momento de subir, pude ver que en esa parte de la camioneta se encontraba botado en el piso, con la vista vendada, mi compañero de curso en la Universidad, y también compañero de militancia en las Juventudes Comunistas de Chile, Luis Ernesto Tricot Novoa (más conocido como Tito Tricot), de 18 años de edad. Yo había escuchado esa mañana en la Universidad, que Tricot había sido detenido el día anterior. Cuando lo vi estaba muy quieto y parecía que no respiraba. Por la orilla de la venda que cubría sus ojos se veía muy rojo, como irritado, y el resto de la piel muy blanca, con una palidez que yo llegué a pensar que estaba muerto.

La camioneta se dirigió a la Academia de Guerra Naval. En la subida del ascensor Artillería había un gran cartel blanco con letras negras que decía: “SOLO DIOS SALVA”. Eso me dio mucho miedo, pues yo no creía en Dios. Finalmente llegamos a la Academia de Guerra Naval. Se me ordenó que me vendara la vista con un pañuelo y me subieron al cuarto piso a una gran habitación que los detenidos denominaban “La Pieza de las Fotografías”. En este lugar debíamos esperar sentados o acostados en el suelo pues no había mobiliario alguno. El lugar era una habitación de aproximadamente 7 metros de fondo por 10 metros de ancho. “La Pieza de las Fotografías”, estaba dividida por un tabique de madera prensada, de otra habitación de similares dimensiones. Esa otra habitación (a la que yo sería trasladado posteriormente), se le conocía como “La Pieza de las Banderas”, pues sus ventanales estaban tapados por banderas de la Compañía Sudamericana de Vapores, a la usanza de cortinas. A ratos, nos permitían que nos sacáramos las vendas y camináramos por la habitación sin conversar entre nosotros. En un momento entró un fotógrafo y se nos tomaron las huellas dactilares, se nos fotografió e hicieron una ficha con nuestros nombres, edad, dirección, actividad u oficio, etcétera. En “La Pieza de las Fotografías” había aproximadamente 20 detenidos, solamente hombres. Creo que un par de veces en 24 horas nos dieron un café o té con pan solo. También, cada cierto tiempo nos llevaban al baño ya fuera para orinar, defecar o mojarnos la cara y tomar agua de un sucio lavamanos. También cada cierto tiempo venían a buscar a alguno y lo llevaban para ser interrogado. Al poco rato de llegar oí unos gritos espantosos. Eran tan horrendos que yo pensaba que eran gritos de los marinos para asustarnos. Cuando recién había llegado a “La Pieza de las Fotografías” había podido conversar con un obrero de la construcción de apellido Zárate de unos 30 a 35 años, muy delgado y de baja estatura. Lo habían llevado a “La Pieza de las Fotografías” en el mismo momento en que me habían llevado a mí. En un momento en que no estábamos con venda había podido conversar con él, y me había contado que era obrero de la construcción, y que esa mañana del 10 de diciembre de 1973 él se encontraba trabajando en un andamio junto a un grupo de obreros. En ese momento había llegado a la vereda de enfrente un grupo de oficiales de la Armada a la inauguración de algo como una escuela o edificio. Él los había pifiado. Había sido identificado y llevado detenido a la Academia de Guerra Naval. Después de escuchar esos gritos lo trajeron devuelta a la pieza, pues cuando se oían esos gritos, yo no había reparado, pero él no estaba con nosotros. Venía brutalmente golpeado y además le habían puesto corriente en los genitales. Recuerdo que me contó que le habían quebrado un brazo y gemía de dolor y se contorsionaba. Esa noche traté de dormir en medio de los gritos de dolor de los torturados. Todos dormíamos en el suelo. Un profesor de nombre Javier De La Fuente me había prestado o regalado una frazada de las dos que poseía él. Más otra frazada que yo había traído conmigo desde la pensión, las puse en el suelo, me acosté sobre ellas, y en medio de esa pesadilla traté de dormir. Los gritos de los torturados no cesaban.

En la madrugada oí que me llamaban en la pieza de al lado (“La Pieza de las Banderas”), me desperté asustado y grité: - ¡Estoy aquí, estoy aquí! ¡En la pieza del lado! -un preso que estaba cerca mío me dijo: -Te vinieron a buscar acá y como estabas muy dormido te fueron a buscar al lado, se van a enojar mucho y te van a pegar de entrada- Dicho y hecho. Efectivamente, volvieron a la pieza en la que yo estaba, abrieron la puerta y gritaron mi nombre. Yo dije estoy acá y acudí hacia ellos, la persona que me iba a buscar, un hombre bajo y moreno vestido de civil, me gritó- ¿Por qué no contestaste cuando te vinimos a buscas chuchatumadre? – Yo le respondí: - Oiga llevo más de 24 horas aquí y nadie ha dado una explicación de porque me trajeron – Él me dijo- ¡Ponte la venda cabro reculiao! No bien me la puse, me agarró de un brazo y me sacó violentamente de la habitación. Luego sentí un puñetazo en la cara muy fuerte, escuché un silbido en el oído y literalmente volé por el aire yendo a estrellarme en la pared de enfrente. Del suelo me levantaron a golpes, y a puntapiés y combos en el estómago que me dejaban sin respiración me metieron a la sala de interrogatorios. El tipo que me había golpeado era uno de los que me había ido a buscar a la pensión.

En la sala de interrogatorio estaba el otro tipo quien hacia el papel del policía bueno. Ellos se denominaban a sí mismos “Inspectores”. El “inspector bueno” en la camioneta en la que me llevaron a la Academia de Guerra Naval me había recomendado: “No dejes que los inspectores te peguen, cuéntales todo lo que sabes”. No sé cuánto duró el interrogatorio. Me golpeaban mucho. Yo era bastante delgado, midiendo 1,67 metros, no pesaba más de 40 kilos (Esto lo sé porque cuando cumplí treinta años, diez años después, recuerdo que con alegría pude llegar a pesar cuarenta kilos). En la habitación donde me interrogaban de pronto me di cuenta de que tenían también a otro compañero de la base de las Juventudes Comunistas en la que yo militaba, el compañero Armin Sergio Lühr Vicencio, quién también había sido muy golpeado y que tartamudeaba mucho, lo que generaba la risa de los torturadores. “¡Mira el culiao como cacarea!¡Parece gallina el culiao! -decían burlándose de Armin. También pude darme cuenta de que tenían a Tito Tricot, me dio la impresión de que lo tenían conectado a unos electrodos y por efecto de la corriente daba unos gritos espantosos. Es difícil mensurar el tiempo que pasamos en esa situación, pero obviamente me pareció eterno. Yo sangraba de la boca, la tenía tan hinchada que no podía hablar. Sentía mucho miedo y trataba en el interrogatorio de omitir situaciones, cambiar nombres, inventar personajes, para no involucrar a más gente que pudiera caer detenida. Fui llevado a “La Pieza de las Banderas” y no recuerdo si fui sacado nuevamente para ser torturado. Reconocí a otros compañeros de la célula que no querían hablar conmigo. Yo les preguntaba qué les habían preguntado, etcétera, y ellos se negaban a responderme. Pude recuperar mis frazadas y fui llevado al Barco Lebu.

Allí fui recibido en cubierta por un joven teniente de apellido Morera, quién me revisó los bolsillos y al ver mi carné de estudiante universitario en cuya fotografía aparecía yo con el pelo largo, me preguntó: - ¿Y quién es esta mina, huevón? - Yo le respondí- Soy yo señor, con el pelo largo. Me lanzó al suelo de una bofetada diciéndome, - ¡Parecís maricón, culiao! Yo quedé medio aturdido y de allí mostrándome la sentina del barco me dijo con tono imperativo: - ¡Baja! - Yo estaba tan asustado que pretendí saltar desde la cubierta del barco a la sentina, o sea unos cinco metros. Y no bien hube levantado una pierna para saltar, los compañeros que estaban en la sentina me gritaron “Hay una escalera, baja por ella” mientras Morera se reía. En el barco estuve aproximadamente una semana y fui llamado para otro interrogatorio, los presos me decían: “Seguramente te pillaron en alguna contradicción con otro testimonio o que estabas mintiendo en algo y te van a volver a torturar”. Dicho y hecho, me volvieron a pegar una y otra vez. También participaba una mujer mofándose de mi situación. Después de unas horas, los interrogadores me devolvieron al Barco Lebu, donde estuve dos o tres días y de allí fui llevado al Cuartel Silva Palma con un grupo de compañeros. Allí permanecimos alrededor de una semana y fuimos trasladados a un campo de concentración ubicado en Colliguay, en lo que creo que se llama Quebrada Alvarado y otros me han dicho que estábamos en un lugar llamado “Altos del Lliu-Lliu”, una meseta cordillerana en lo más alto de la Cordillera de la Costa en ese sector.

Después de las golpizas yo había quedado con un dolor en el estómago, que se fue agudizando con el tiempo. A fines de enero de 1974 esos dolores se habían incrementado a tal extremo que no podía caminar, no tenía apetito, pero sí mucha fiebre y vomitaba bilis. Caí en cama y los compañeros decían que estaba haciendo un ataque de apendicitis. Me reportaron como enfermo y no me levanté más retorciéndome de dolor y con alta temperatura. Al día siguiente, en la mañana, los guardias trajeron un médico, que era otro prisionero, para que me examinara. El doctor me toco el bajo vientre al lado izquierdo y yo lancé un grito. El doctor me preguntó cuando habían empezado los dolores, le respondí que el día anterior en la mañana. El doctor miró a los guardias y les dijo que yo estaba haciendo un ataque de apendicitis, y que éste estaba pasando a ser una peritonitis, y que eso significaba que en 24 horas más yo iba a entrar a un estado crítico y en unas cuantas horas después de eso me iba a morir. Yo me sentía tan apabullado por los dolores que escuchaba esto como si estuviesen hablando de otra persona. Los Infantes de Marina que estaban a cargo del Campamento de Detenidos (*1) respondieron: -Bueno, hoy es jueves y el Fiat (Camión marca Fiat que subía una vez a la semana con alimentos) viene el martes. O sea, el martes lo podemos mandar en el camión para abajo o si tenemos suerte puede que el lunes venga el camión celular con nuevos detenidos y se devuelve con el enfermo-, el doctor respondió, -Si a él no lo sacan hoy día se va a morir lisa y llanamente, no va a durar hasta el martes- Los militares se retiraron diciendo “se morirá nomás”.

(*1) Campo de Detenidos que usaba indistintamente los nombres de “Isla Riesco”, “Melinka” u “Operativo X”, y que era un vulgar campo de concentración al más puro estilo nazi de los que uno ve en películas de la Segunda Guerra Mundial. Con reflectores, torres de vigilancia y campo minado que circunscribía todo el sector de detenidos. Cada cierto tiempo se desnudaba a algunos detenidos como medida disciplinaria, se les hacía correr a campo traviesa persiguiéndolos, dándoles latigazos, para terminar el “tratamiento” hundiéndolos en un sector lleno de fecas y orines, para luego enviarlos a acostar sin poder asearse.


Los ocho o nueve compañeros de la mediagua en la que yo yacía estaban escandalizados junto al médico (que era militante del Partido Comunista) de la frialdad de los militares con respecto a mi eventual futura muerte.

Desde ese momento en adelante comenzaron innumerables visitas de compañeros de otras cabañas del Campamento que decían: “Venimos a despedirnos del flaco que se nos va”. Otros compañeros, como uno que se mantuvo todo el tiempo a mi lado de nombre Domingo Mancilla, los regañaba y los conminaba a retirarse diciéndoles: “No sean fatalistas, si el cabro se va a salvar”. Yo empecé a caer en un sopor cada vez más grande. Cada cierto tiempo sentía una nostalgia muy grande, no por mi familia, no por mi madre ni mi padre, ni mi hermana, ni mi hermano, sino por las calles de mi barrio, el barrio Yungay. Y en particular, echaba de menos estar en el verano, a cierta edad indefinida entre los 9 y los 16 años, parado en la esquina sur poniente de Chacabuco y San Pablo, mirando los rieles de las antiguas líneas de tranvías semienterradas entre el asfalto y los antiguos adoquines, o sentía nostalgia por estar en la esquina norponiente de Sotomayor y San Pablo, frente donde había estado la fuente de soda “San Marcos”, que en el segundo piso tenía un pequeño salón con un diminuto televisor en blanco y negro al que se entraba pagando una entrada para el Mundial del 62, y donde con mi padre habíamos visto la final por el Tercer Lugar entre Chile y Yugoslavia. Y las imágenes de esas esquinas volvían una y otra vez a mis ojos entrecerrados, y de pronto me encontraba en un estado semi inconsciente soñando que estaba en el living de mi casa en Santiago, viendo una película de náufragos abandonados en una isla. En esta isla de pronto se oye el motor de un barco que se acerca, los náufragos comienzan a gritar con alegría. Yo despierto y lo que yo oía como el motor de un barco era el sonido del motor de un helicóptero que llegó a buscarme para trasladarme al Hospital Naval. En el Hospital Naval fui operado esa noche de urgencia de peritonitis. Desperté en la noche sin saber dónde estaba y me levanté inadvertidamente, y salí al pasillo generando todo un escándalo entre las enfermeras que creían que yo me quería fugar. Todo era bastante ridículo pues yo tenía por lo menos dos mangueras que estaban drenando materia desde mi herida, asimismo me encontraba con un catéter que me insuflaba suero. Además, estaba semi desnudo y solo tenía un camisón que apenas me cubría. O sea, no estaba en las mejores condiciones para fugarme del cuarto piso del Hospital Naval. Apenas salí al pasillo llegaron unos marinos, me devolvieron con gentileza y cuidado a la cama y dejaron un guardia adentro de la habitación pensando que yo me había querido fugar. Permanecí un mes en ese hospital. Drenaba y drenaba una materia viscosa desde mi estómago con un olor fétido. Los mismos interrogadores que me habían dejado en ese estado pidieron permiso para ir a interrogarme al hospital. La autoridad del hospital les permitió que ingresaran a mi habitación, me vendaran la vista y continuaran preguntándome sobre nuestras actividades. Cuando cumplí un mes hospitalizado, había bajado mucho de peso. Si mi peso habitual era de menos de 35-36 kilos midiendo 1,67, debo haber pesado unos 30 kilos. Estaba tan débil que caminaba con mucha dificultad afirmándome en las paredes. Así fui llevado nuevamente al cuartel Silva Palma. Al llegar ahí nuevamente fui interrogado, esta vez obviamente que sin golpes porque no los habría podido resistir. Pero si bien no hubo golpes, sí hubo amenazas y me conminaban a agradecerle a la Junta Militar de Gobierno y a la Armada de Chile por haberme salvado la vida enviando un helicóptero al campo de concentración. Del cuartel Silva Palma me enviaron nuevamente al Campo de Concentración de Colliguay (“Isla Riesco”, “Melinka” u “Operativo X”), allí estuve menos de una semana y como la herida de la operación seguía supurando una materia viscosa y sangre, me devolvieron al cuartel Silva Palma. Allí permanecí dos meses y medio siempre con problemas con la herida y sin atención médica. Permanecía todo el tiempo en cama y caminaba muy poco. El 20 de abril de 1974 fui trasladado a la Cárcel Pública de Valparaíso. Probablemente en septiembre de ese año la herida se cerró definitivamente y deje de supurar materia orgánica y sangre. En la cárcel en dos o tres ocasiones se me hicieron curaciones. En enero de 1975 fui condenado en un Consejo de Guerra a un año y medio de cárcel y cinco años de relegación en Puerto Edén. Pena que fue cambiada por extrañamiento. De tal modo que el 10 de junio de 1975 fui trasladado al Cuartel General de Investigaciones en la Avenida General Mackenna en Santiago de Chile, lugar donde permanecí en muy malas condiciones en un calabozo sin luz ni aire y sin ninguna higiene por dos meses y medio. A fines de agosto del año 1975 recibí una visa de Gran Bretaña, viajando el 2 de septiembre de ese año a Londres. Toda esta experiencia de cerca de 21 meses dejó marcas indelebles en mi personalidad que se refleja en frecuentes pesadillas en las que estoy de nuevo en manos de torturadores o en las que estoy nuevamente preso. También me cuesta mucho enfrentar autoridades uniformadas, así como viajar y pasar controles en aeropuertos, etcétera. Por decirlo de algún modo, el 2 de septiembre de 1975 abandoné la prisión de la Dictadura, pera ella nunca me abandonó a mí.”

TERCERO: Que, de los antecedentes reseñados en el considerando primero y declaración indagatoria de Ricardo Riesco Cornejo, de fojas 92; declaración indagatoria de Juan de Dios Reyes Basaur, de fojas 102; declaración indagatoria de Valentín Evaristo Riquelme Villalobos, de fojas 116; declaración indagatoria de Héctor Vicente Santibáñez Obreque, de fojas 132; declaración indagatoria de Bertalino Segundo Castillo Soto, de fojas 147; y declaración indagatoria de Sergio Hevia Fabres, de fojas 156; existen fundadas presunciones para estimar que a estos les ha cabido participación en calidad de autores de los delitos de secuestro calificado, previsto y sancionado en el artículo 141, incisos primero y tercero del Código Penal; y aplicación de tormentos, previsto y sancionado en el artículo 150 del mismo cuerpo normativo, de acuerdo a la redacción vigente a la época de los hechos, en la persona de Luis Mauricio Redolés Bustos. Y visto, además, lo dispuesto en los artículos 274 y 276 del Código de Procedimiento Penal, se declara: Que se somete a proceso a Ricardo Riesco Cornejo, Juan de Dios Reyes Basaur, Valentín Evaristo Riquelme Villalobos, Bertalino Segundo Castillo Soto, Héctor Vicente Santibáñez Obreque, y a Sergio Hevia Fabres, como autores de los delitos de secuestro calificado y aplicación de tormentos, previsto y sancionado en los artículos 141, y 150 del Código Penal, respectivamente, vigente a la fecha de los hechos, ilícitos perpetrados en esta ciudad de Valparaíso entre diciembre de 1973 y abril de 1974. Cúmplase con lo dispuesto en el artículo 305 bis letras C) y E) del Código de Procedimiento Penal, comunicando esta resolución a la Jefatura Nacional de Extranjería y Policía Internacional de la Policía de Investigaciones de Chile. Teniendo presente la situación sanitaria del país con ocasión del Covid 19, y siendo los procesados personas de la tercera edad, manténganse estos detenidos en sus domicilios, bajo custodia de Carabineros del sector, en tanto se aprueba la resolución que les concederá la libertad provisional y que será dictada a continuación en trámite de consulta ante la Corte de Apelaciones de Valparaíso. Cúmplase lo anterior y además de ella con la notificación del respectivo auto de procesamiento y de la posibilidad de reservarse su derecho a apelar en el acto a través de la Brigada de Derechos Humanos de la PDI, quienes deberán dar cuenta al tribunal de la correspondiente diligencia, esto es, notificación del auto de procesamiento, indicación si apela o se reserva el derecho respecto de esta resolución y de la resolución siguiente que le concede la libertad en consulta. Practíquense las notificaciones y designaciones legales. En su oportunidad dispóngase la filiación de los procesados. Rol N° 469-2019-MCT-Derechos Humanos. RESOLVIÓ DON MAX CANCINO CANCINO, MINISTRO EN VISITA EXTRAORDINARIA.


CUARENTA Y OCHO AÑOS, CINCO MESES Y DOS DÍAS DESPUÉS DE ESE 10 DE DICIEMBRE DE 1973, O SEA, EL 12 DE MAYO DEL AÑO 2022, LUIS RECIBIÓ UN CORREO ELECTRÓNICO EN LA MAÑANA Y SUSPIRÓ ALIVIADO. YA NO VENDRÍAN A INTERROGARLO


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