Por Noelia Figueroa-Burdiles
Nadie podría negar que ya estábamos en una crisis en Chile y en varios lugares del mundo antes de que apareciera “la pandemia”. Silvia Rivera Cusicanqui en su libro “Un mundo Chi’ixi es posible” del año 2018, nos interpelaba para que comprendiéramos que atravesamos una crisis epistémica, valórica e incluso civilizatoria, que pone en juego nuestra principal forma de comunicación: las palabras. Sin embargo, de un momento a otro, pareciera que estamos de acuerdo en aceptar un discurso salubrista de carácter universalista basado en la enfermedad y sus consecuencias. Un consenso alrededor de la pandemia, porque todxs, de algún u otro modo, atendemos las recomendaciones que surgen de las instituciones, que por cierto también estaban en crisis.
Lo primero que me preocupó intelectualmente con el advenimiento de la pandemia y sus repercusiones a nivel mundial, era justamente cómo en diversos lugares los medios de comunicación difundían con mucha fuerza este nuevo-viejo lenguaje asociado a la higiene, el contagio y la epidemiología. Cómo la epidemiología y la salud pública tomaban un lugar en los discursos, en un contexto nacional e internacional que había relegado esta dimensión de presupuestos públicos e inversiones (Maristella Svampa, 2020[1]). Cuando leí hace algunos años “El hombre postorgánico” de Paula Sibila (2009) comprendí que el cuerpo normalizado ha sido una construcción teórica y práctica, asociada al desarrollo de la ciencia y de la industria: comprendí que desde un “Hombre-máquina” conceptualizado en tiempos de industrialización, hemos derivado a un “Hombre-sistema de información” en tiempos de ADN y desarrollo genético[2]. Esta normalización de los cuerpos, esta biopolítica, ha permitido el desarrollo de la modernidad, la industrialización y hoy la trasnacionalización. Se materiliza en un sistema de instituciones políticas, económicas y sociales que operan en distintos contextos culturales, con similitudes asociadas a la vida urbana, moderna (la vida rural se reduce a la oposición absurda de la urbanidad). Estas similitudes son, entre otras, el tiempo del trabajo, al tiempo del consumo y un sistema de salud que opera como reparación en caso que ese cuerpo normalizado falle, excluyendo a quienes no logran ser parte de este sistema. Sin embargo, las consecuencias de la normalización de los cuerpos y sus consecuencias sanitarias, afecta no solo a los excluidos, sino a todas las personas, aunque participen de los beneficios del capitalismo que les están permitidos cuando aceptan y sostienen el sistema institucional.
Desde esta reflexión, la pandemia para mí era resultado de un sistema de vida complemente artificioso, alejado de la vida misma, basado en un absoluto desconocimiento de nuestros cuerpos y su vínculo con la naturaleza -como vienen diciendo los pueblos de Abya Yala- y en una biopolítica expresada en la especulación y el control de los cuerpos (siempre diferentes). Especulación y control en el centro de un sistema institucional y de una racionalidad supuestamente científica, expresada en modelos probabilístico-predictivos derivados de la campana de Gauss y las elasticidades de las curvas de crecimiento. Pensaba que la crisis sanitaria entonces tenía que ser entendida como una manifestación más de la crisis epistémica y civilizatoria, y no lograba comprender por qué todos los conocimientos e instituciones que estaban detrás no estaban siendo criticados. Me sentía más desconcertada en la medida que veía que automáticamente se desarmaban agendas y colectivos creados desde la revuelta social de Octubre en Chile, porque había que recluirse e iniciar la cuarentena.
Debo reconocer que las escrituras de Paul B. Preciado en España[3] y María Galindo en Bolivia[4] fueron poniendo paños fríos a mis preocupaciones iniciales; me confiné y fui ordenando contextualmente las explicaciones e implicancias de “la pandemia”, a partir de estas lecturas que quisiera compartir.
El texto de Preciado en el contexto de la pandemia en Europa, nos presenta descarnadamente cómo el espacio del confinamiento, la casa, se vuelve campo de vigilancia, -biovigilancia-, que funcionaría bajo unas lógicas farmacopornográficas que permitirían incrementar el control de los cuerpos aún más que las antiguas instituciones de encierro que estudió Foucault. El teletrabajo, el consumo a través de Internet, las ideologías de los medios de comunicación dominantes, encuentran terreno fértil en el nuevo escenario de la pandemia principalmente en el primer mundo. “El sujeto del technopatriarcado neoliberal que la Covid-19 fabrica no tiene piel, es intocable, no tiene manos. No intercambia bienes físicos, ni toca monedas, paga con tarjeta de crédito (…) Su cuerpo orgánico se oculta para poder existir tras una serie indefinida de mediaciones semio-técnicas, una serie de prótesis cibernéticas que le sirven de máscara”. Si bien al inicio de la pandemia no entendía el confinamiento y solo pensaba en las distopías que se multiplicaron desde que se inició el siglo XXI, gracias también al cine y la ciencia ficción, este texto me permitió evaluar lo que realmente está en juego: cómo es que una problemática que debiera corresponder a contextos territoriales, logra un carácter transnacional tan rápidamente. P. B. Preciado al finalizar su texto nos moviliza hacia una utopía que contrarreste el siniestro escenario que describe, hacia la comprensión que los dispositivos de comunicación no son inocuos ni ingenuos, que debemos profundizar la colectivización, la mutación colectiva, el desarrollo de la imaginación de nuevos escenarios.
Del otro lado del mundo, María Galindo, nos presenta un texto que titula “Desobediencia. Por tu culpa voy a sobrevivir”. Lo relacioné inmediatamente con las consignas que empezaron a circular en las redes sociales sobre la capacidad de los pueblos originarios de Abya Yala para resistir pandemias y enfermedades desde la colonia. El texto parte con una primera reflexión: “El coronavirus es un instrumento que parece efectivo para borrar, minimizar, ocultar o poner entre paréntesis otros problemas sociales y políticos que veníamos conceptualizando. De pronto y por arte de magia desaparecen debajo la alfombra o detrás del gigante”. Y si bien muchos de los espacios que se crearon en el contexto del levantamiento social en Chile, como asambleas y colectivos intentan mantenerse ahora virtualmente, el espacio público fue absolutamente abandonado porque la pandemia así lo requería. La arista más cruel en contextos asimétricos producidos por el extractivismo (fundamental para sostener las tecnologías digitales, el teletrabajo y el hiperconsumo de las grandes ciudades, pero que paradojalmente expulsa a personas y comunidades de sus territorios), es la radicalización de las fronteras entre países: “El coronavirus es la restitución del concepto de frontera a su forma más absurda; nos dicen que cerrar una frontera es una medida de seguridad, cuando el coronavirus está dentro y el tal cierre no impide la entrada de un virus microscópico e invisible, sino que impide y clasifica los cuerpos que podrán entrar o salir de las fronteras”. Esta medida, muy conveniente para el primer mundo, es además incoherente con las necesidades que presentan las economías latinoamericanas no extractivistas, tejidas desde hace mucho tiempo a través de una serie de intercambios y movimientos entre personas que habitan en distintos territorios a escala intra e extra nacional, que sostienen vínculos familiares, amorosos o comunitarios. En la urbe, el teletrabajo es para una minoría, mientras que la mayoría no puede abandonar las actividades económicas les permiten obtener un ingreso diario…“Todas y cada una de esas medidas copiadas de economías que nada tienen que ver con la nuestra, no nos protegen del contagio, sino que nos pretenden privar de formas de subsistencia que son la vida misma”. A partir de estas reflexiones, María Galindo se pregunta sobre el contagio, porque pareciera de sentido común pensar que tarde o temprano nos contagiaremos y que tal vez lo que debamos hacer es preparar nuestros cuerpos para ello. Sin embargo, la salud pública es reactiva[5], a diario se destruyen los ecosistemas que permiten la vida[6], la medicina preventiva es una ciencia que no goza de buena salud, y todos los esfuerzos están en administrar las medidas de cuarentena (que por su puesto son selectivas, desde si tienes auto o andas a pie). Un sistema de salud basado en el miedo que muchas veces es resultado del desconocimiento de nuestros cuerpos, porque no hemos tenido tiempo para saber cómo son o porque hemos descansado en la confianza de que otro sí sabe, porque ha estudiado varios cuerpos, en un contexto, claro está, de biopolítica. “Qué la muerte no nos pesque acurrucadas de miedo obedeciendo órdenes idiotas”, nos dice María Galindo, y nos insta a recurrir a prácticas médicas tradicionales, a los agente médicos propios de las comunidades, a cuidarnos comunitariamente y a ensayar remedios en nuestro cuerpo que nos hagan sentir bien.
Finalmente, quisiera hacer una reflexión sobre el capitalismo, responsable en gran medida de las crisis que vivimos. El capitalismo también está en crisis sanitaria y su única forma de revivir es a través del sobreconsumo, el endeudamiento y la producción transnacional. Decimos que está en crisis sanitaria, al borde de la muerte, porque todas sus promesas de progreso han sido refutadas por la historia y por el momento presente. Al borde de la muerte también, porque las oportunidades de expansión capitalista se ven permanentemente amenazadas por las múltiples manifestaciones y legítimas movilizaciones por la recuperación y protección de territorios de vida por comunidades autónomas y diferentes, que justamente en épocas de crisis se hacen más visibles y posibles, y que las medidas sanitarias transnacionales actuales también quieren detener. Hoy, en medio de la crisis del capitalismo, surge esta pandemia como salvavidas: a crisis sanitarias globales, soluciones económicas transnacionales y normalización agresiva de los cuerpos. La normalización de los cuerpos no es algo nuevo, y en la crisis actual, se basa en evitar el contacto físico, porque estudios epidemiológicos -predictivo-especulativos- así lo dicen, y la especulación, bien lo saben los capitalistas, si los medios de comunicación lo permiten, logra lo que la sicología ha llamado “efecto pigmaleón”, es decir, la mágica frase economista de “profecía autocumplida”. Sabemos que la biología, cuando busca explicar la vida, ha observado que esta se reproduce a través de mecanismos de interacción permanente ¿qué pasa si no hay contacto? Las especies se vuelven más vulnerables. Y entonces ¿qué es lo que realmente nos debilita, el virus o la falta de interacción?
Como sea, es necesario acabar con la retórica modernidad / progreso / capitalismo; es necesario ser valientes, porque es cierto que son demasiados siglos aprendiendo y acatando sus sentencias, creyendo en sus predicciones incluso en lo cotidiano. Sabemos que capitalismo y ciencia han desarrollado una relación al menos cuestionable. La ciudad, gran símbolo de progreso capitalista, en la actualidad está en crisis, siempre lo ha estado desde que surge como modelo para servir a unos pocos y explotar a muchos. Hay que ser valientes para acabar con la retórica de los capitalistas, que en este momento saben que están condenados. Por que ya no pueden ser los hijos de la tierra los condenados, empecemos por algo: acabemos con la retórica del capitalismo allí donde vivimos, fisurando el círculo vicioso que lo constituye. En esta lógica, Svampa nos dice: “puertas deben cerrarse (…), no podemos aceptar una solución como la de 2008 –la crisis de la burbuja inmobiliaria–, que beneficie a los sectores más concentrados y contaminantes, ni tampoco más neoextractivismo”.
Necesitamos comprender estas crisis desde una nueva panóptica anticivilizatoria, trans-epistémica y refundacional, más que criticar un comportamiento fuera de la norma civilizada de la cuarentena o esperar que la ciencia o las instituciones en crisis actúen consistentemente. Una nueva comprensión cuya base sea el desarrollo de redes y relaciones de intercambio que recobren las confianzas trastocadas por “la pandemia” en un mundo atiborrado de distopías. Es tiempo de pensar, resignificar y experimentar un nuevo cuerpo individual y social que coexiste en territorios compartidos con la naturaleza, respetando la ñuke napu, la pachamama; es tiempo de configurar nuevas utopías.
Atravesadas por múltiples voces, sabiendo que la diferencia es la única constante, estamos remendando el tejido de la vida… podríamos decir que las mujeres siempre lo han hecho… En esta crisis, existe la oportunidad de aprender a remendar ese tejido anormal y multicolor que es la vida y de transformar las relaciones sociales y culturales en ecodependencia.
[1] https://oplas.org/sitio/2020/04/06/maristella-svampa-reflexiones-para-un-mundo-post-coronavirus/?fbclid=IwAR0AtDmlR_A3xgDRdZf0K1Up5vUZYaVDv5Qpruo8YO5YdIXDQMlu2lnqzMM [2] No hay espacio para discutir la noción universal de Hombre, que ha sido tan usada en libros que aún leemos, sin embargo, reconocemos que detrás de estas concepciones opera la tríada patriarcado / colonialismo / capitalismo o el sistema colonial / moderno de género, como le llama la filósofa feminista María Lugones. [3] https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html [4] https://lapeste.org/2020/04/maria-galindo-desobediencia-por-tu-culpa-voy-a-sobrevivir/ [5] Importa la enfermedad, no lxs enfermxs, si tienes una enfermedad crónica es porque no puedes cambiar los factores que producen esa enfermedad, no importa saber cómo es nuestro cuerpo, cómo podemos estar saludables… [6] Marisella Svampa nos dice “Hoy leemos en numerosos artículos, corroborados por diferentes estudios científicos, que los virus que vienen azotando a la humanidad en los últimos tiempos están directamente asociados a la destrucción de los ecosistemas, a la deforestación y al tráfico de animales silvestres para la instalación de monocultivos. Sin embargo, pareciera que la atención sobre la pandemia en sí misma y las estrategias de control que se están desarrollando no han incorporado este núcleo central en sus discursos”.
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