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  • Gloria Sepúlveda Villa

Las huellas de lo invisible: Exilio, compasión, olvido.

Actualizado: 23 sept 2020



Valorizar la producción artística y el discurso feminista es, sin duda, necesario y justo conforme avanza la historia humana. Los aportes de las mujeres a diversos ámbitos han sido fundamentales en el progreso del arte y la ciencia. Sin embargo, esta valorización da cuenta de un porcentaje que deja fuera a cientos, miles de mujeres que desde sus diversas trincheras hacen matria alrededor del mundo cada día desde el origen de los tiempos. Como un grano de arena en el mar o una estrella en el vasto paño del universo recurrir a un testimonio parece nimio en la era de la velocidad que rige los caminos de la sociedad actual. Sin embargo, es necesario recurrir a todos los segmentos históricos y narrativos que puedan ayudarnos a componer el gran mapa que configuran los pueblos. En nuestro país, y en esta misma ciudad, Concepción, existen testimonios de esas presencias ausentes pero significativas que hoy aparecen enlazadas en la trama invisible que reconstituye el hacer literario y cuyas historias se asoman en el susurro de un epígrafe, por ejemplo. Poco a poco la breve hebra es un hilo que conduce a una historiografía que tiene directa relación con la recuperación de archivos que nos permiten acercarnos al pasado y actualizar el presente.

La historia de la humanidad se ha fundado a partir de conflictos bélicos que han arrasado culturas y millones de vidas alrededor del mundo al tiempo que han inducido movimientos masivos de población lo que ha permeado el relato del mundo de una forma heterogénea y multicultural. Madre, judía y exiliada, Malvine Vogëlfanger Dickler nació en Austria el 28 de diciembre de 1906 y murió en Concepción de Chile en 1995. Ella es una mujer desconocida para la mayoría de las personas que habitan Concepción y su recuerdo permanece en los pocos que tuvieron algún vínculo con ella. Su historia viene a confirmar una fuerza vital, que como a ella, impulsó a miles de mujeres que lograron escapar del genocidio nazi (1939 -1945) y realizaron sus vidas en países lejanos y extraños a su cultura, sin que ello impidiera que desarrollaran amor por el territorio al que arribaron.

En diciembre de 1939 Malvine logró conseguir pasaportes para ella, su esposo y su pequeño hijo y salieron de Viena embarcados en el Augustus y desembarcaron en el puerto de Valparaíso semanas antes que se produjera el terremoto del 24 de enero. En conversación con la Sra. Lucy Pincheira, cercana a Malvine durante años, comenta que ella recordaba muy agradecida la bondad de los campesinos chilenos quienes lanzaron mendrugos al vagón que la trasladaba con su hijo y su esposo a Concepción. Ese gesto conmovió profundamente a la mujer -la solidaridad de los más pobres ante su familia- en el cambio súbito de su buen pasar en una ciudad capital en Europa a vivir en los confines de una ciudad al sur del mundo, en esos tiempos con mucha pobreza y que en esos años será además destruida por un terremoto. De algún modo ella se vio llamada a hacer algo en estas circunstancias.

El esfuerzo familiar dio frutos (gracias a alianzas económicas con otras familias exiliadas en la ciudad) y recuperaron su estabilidad económica gracias a los diversos negocios que administraron con éxito. Malvine recibió una herencia familiar que terminaría por distanciarla de sus hermanos produciéndose luego un quiebre definitivo entre ellos. En 1968 murió su marido Rubin Rosenrauch y su hija Evelin se suicida a los 24 años en 1969. En su certificado de defunción no aparece el motivo real de su deceso. En paralelo, su hijo Erich no tendrá hijos por lo que se tienen el uno para el otro. Él lleva a cabo una rigurosa labor de escritor y publica teatro, cuentos y novelas entre 1956 y 1979. Sus libros no alcanzan un público masivo, es más, son inquietantes, distópicos y herméticos. Su madre está dispuesta a apoyarlo a pesar de todo. Cuando la novela Muertos útiles (1977) fue sacada de circulación, Malvine no duda en escribir a Lucía Hiriart para que presione al alto mando del Ejército. En 1989 la novela fue re-editada a manos de la editorial Pehuén. En 1978, mientras viajaban por Inglaterra, Erich murió de un paro cardiaco en Londres. Ella volvió a Chile con el ataúd de su hijo gestionado por la HJ Bent & Co. a cambio de 10000 libras esterlinas. En un artículo del Diario El Sur aparece Malvine sosteniéndose en el brazo de otra mujer mientras desciende el féretro de su hijo a la tierra profunda. Su casa, ubicada en Aníbal Pinto #143 se detuvo y ella no volvió al segundo piso. Las habitaciones de Erich y Evelin se mantuvieron intactas hasta el día de su desaparición. Hoy es una casa de reposo dependiente del Hogar de Cristo.

Pasaron los años y ella, silenciosamente, comenzó a elaborar un plan para administrar las propiedades familiares. Donó otra propiedad en Angol #341 a una entidad que hoy funciona como La liga de la Epilepsia. En 1983 hizo un importante aporte monetario (200 mil dólares de la época) al Sistema de Archivos y Museos de Chile con el objetivo de atesorar la producción de prensa del país. De este modo, un particular permite salvaguardar para las futuras generaciones de investigadores material vital que posibilitará el trabajo de muchos en el campo de la investigación. En 1982 Malvine estableció la Fundación Hemeroteca Erich Rosenrauch (El Sur le dedica un artículo el 11 de diciembre 1983) y por estas vías perpetuar la memoria de su hijo (El Sur, 29 de diciembre 1979). El acuerdo señalado en el diario postula que habría un concurso literario para fomentar el talento joven y que una sala de la Biblioteca Nacional llevaría el nombre del escritor. A la fecha, treinta y siete años después no hay noticias del concurso ni de la sala con el nombre de Erich. Quizá esto se deba al cambio de gobierno en 1990 y siendo Rosenrauch un escritor ligado a una familia de comerciantes judíos no justifica el acto y no tuvo prioridad. Sin embargo, la Hemeroteca hoy funciona en la Biblioteca Nacional de Chile bajo el nombre de Fray Camilo Henríquez otrora fundador de La Aurora de Chile y concurren a ella cientos de investigadores de todas las áreas.

El 24 de agosto de 1995 Malvine Vogëlfanger Dickler fallece en su casa en el centro de Concepción. Personas que la conocieron afirman que su cuerpo fue encontrado, recién, tres días después. Ni generosidad, ni su amor por Chile impidieron que tuviera una muerte solitaria. Su historia familiar estuvo marcada por la guerra, la enfermedad, un suicidio y la muerte de su primogénito, su compañero. La mujer que una vez acudió a los prestigiosos atelieres de Viena para retratarse fina y elegante en su matrimonio se convirtió con los años y la soledad en alguien austero e irreconocible. Pero salvó a su familia del genocidio nazi y consiguió también la salida de Austria de sus propios padres. Chile no ha tenido noticias de los desinteresados aportes de Malvine a su cultura y a la asistencia social de los más desvalidos. No tuvo reconocimientos. Sus recuerdos están acumulados en fotografías, cartas, documentos, pasaportes y archivos digitales que hoy son huellas de una vida fascinante y anónima. En la arremetida de la recuperación de archivos tanto de prensa, audiovisuales y artísticos el nombre de Malvine debe ser visibilizado. Su contribución a la cultura chilena es innegable, basta mencionar la donación que realizó a la Universidad de Concepción de la Biblioteca de Erich, su colección de vinilos (catalogada en su momento como la colección particular más grande) y otros aportes a la Universidad del Bío Bío de materiales de su hija Evelyn entorno a sus estudios de música. Sea este un primer, ojalá, no el único acercamiento a su historia y a su silenciosa contribución cultural.

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