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UN MOMENTO DE TREINTA AÑOS EN LA POESÍA MAPUCHE/ Elvira Hernández

  • Elvira Hernandez
  • 17 jul
  • 8 Min. de lectura

                                                                                                                              Foto: Manuel Morales Requena.
Foto: Manuel Morales Requena.

Milenario es una palabra que los mapuche deben sentir que transitan. Leemos “somos los hijos de los hijos de los hijos…”; “somos las hijas, de las hijas, de las hijas…” en poemas de David Aniñir, también de Elicura Chihuailaf y Adriana Paredes Pinda y en ellos, al igual que en otros poetas se da a entender que su hacer poético recorre siglos y que de esa suma de tiempo se guarda memoria. Es la pervivencia del pueblo fundador del país llamado Chile, que, a su vez, ha sido y es negado por el país al que dio origen, y que sigue, casi sin inmutarse, dando vuelta páginas para sumergirlo en el olvido. Ya no es más la guerra de conquista por parte de España y los años de esclavitud de la Colonia, es el tiempo en que el Estado chileno incumple su palabra y cruza al sur los márgenes del Bío-Bío. Es la decisión de Estado de desconocer a los mapuche como pueblo y expoliarlos. Arrinconarlos, negarlos ya despojados de su mapu -palabra que posee más grandeza que la traducción dada por la palabra española tierra- y, también despojados de su idioma, el mapudungun -lenguaje de la tierra- depositario de una cultura. Una política pública chilena que fijaba entonces, condiciones de devastación: un programa de aniquilamiento y aculturación para la progresiva desaparición de un pueblo. Tras aquellas cruciales decisiones, y, a la vista en varias décadas su impacto, no estaba previsto que los mapuche atravesaran el tiempo con su paciente tenacear. No estaba contemplado que la pobreza que los abrumaría de sufrimientos y heridas, no los derrotara. Ni que esos lugares inexpugnables y salvajes para el Estado unitario y la sociedad chilena, hacia donde se los empujaba, no los extinguiera. No hay romanticismo en suponer que esa naturaleza no domada que los acogía -la ñuke mapu y el newen de sus menciones- los resarciría en parte por todo aquello que se les quitaba, permitiéndoles sostener una imagen de sí mismos, y, que, de ese fondo, emergieran fortalecidos. Leonel Lienlaf, poeta que se sumerge en sustratos insondables y sutiles lo pone de esta manera: “Pero el verbo, la palabra enmarañada, /cobijó el secreto entre los pasos de los hijos que fueron/ bisabuelos. (…) los antiguos parientes acamparon esa tarde en la memoria, /recitaron versos traídos desde lejos/ y reconstruyeron sus moradas bajo los helechos, /en la oculta quebrada del estero” (ABUELA_VOZ). Fue una cadena afectiva familiar y ancestral que se mantuvo en el aire y en el tiempo. Los versos de Maribel Mora Curriao, poeta y crítica, echa a andar el tiempo, presente y futuro de esa resistencia, proyectando una visión pesimista de una historia que pareciera ineluctable: “Triste fue el sueño de mi abuelo/ soledad de nieve/ (…) Triste el sueño de mi madre/ oscura torcaza aleteando/ (…) Pero más triste aún/ el sueño de mis hijos/ de los hijos de mis hijos/ en territorio de nadie” (Wezake pewma / Malos sueños).

Parte importante del fortalecimiento espiritual como del desarrollo poético de los           mapuche ha residido en su situación idiomática en donde, sin duda, se deposita un orgullo. Si consideramos el lenguaje como la casa del ser, digamos que a los mapuche no lograron arrebatarle su propia morada, y ellos aprendieron a su vez, a morar, traducirse como mapuche al castellano de Chile, al que, junto con otros pueblos andinos, habían hecho ya muchísimas contribuciones en palabras, ritmos y tonalidades, transformando el idioma español en este suelo, dándole una identidad; aunque de aquello, la sociedad chilena no quiera tener conciencia. Es decir, no ha podido aprender nada. No es el caso de la poesía chilena –con las excepciones del caso- que ha sabido reconocer aquel arte de poderosa raíz mapuche. “Karra Maw’n” de Clemente Riedemann lo patenta. Además, el mapudungun, en su horizonte, ha continuado un camino de desarrollo hacia el campo de los grafemarios infundiendo a su progresión, gran energía; algo que María Teresa Panchillo cree que es tarea de los propios mapuche. Estas investigaciones sumadas a la publicación de una significativa cantidad de libros de poesía, han resultado beneficiosas para este arte en la medida que la aparición de poemas bilingües ha permitido compulsar el acto creativo y la traducción, relevando el idioma materno. Reconocidos traductores son los poetas Víctor Cifuentes, Leonel Lienlaf y María Luisa Lara Millapan, cada uno con sus puntos de vista acerca de las grafías a utilizar en la escritura. Esta última poeta, en sus declaraciones (1), ha descartado la traducción literal poética, al atribuirle a las palabras de cada idioma una esencialidad que impediría la duplicación e instalando una interesante discusión comunicativa para estos dos idiomas puestos frente a frente.

A este espacio poético de la escritura -dado que esa tecnología nos ha sumergido en la cultura y la teoría de la escritura- es convocada la poesía mapuche y ésta a ese lugar concurre; es también su presente. Lo hace con toda propiedad, desde una perspectiva crítica, desatando las amarras de la etnopoesía –que la hay- con que, al comienzo, la academia buscó individualizar y encasillar la totalidad del fenómeno poético mapuche. Pero, la mayoría de estos poetas habían alcanzado demasiada autonomía de vuelo y sus manifestaciones al respecto, eran múltiples. Graciela Huinao -miembro de la Academia Chilena de la Lengua- que profundizó en el tema, se declarará “escriturienta” y más adelante dirá que lo que la motivaba a escribir es “…ser mapuche, mujer, pobre y todo lo que implica esa carga en una sociedad arribista, clasista y discriminadora, como es la chilena” (2). Adriana Paredes Pinda se confrontará en su libro: “Escribo porque seguro no puedo cantar; si cantara sólo tendría un piuke (…) no logro zafarme del hechizo de esta la escritura huinca porque me arranca y me arranca el aliento estoy enferma posesa por el wekufe de la escritura (…) la lengua castellana ha matado mi alma, mi espíritu, una y otra vez” (3). Además, un breve recordatorio: sabemos que previo a esta fase literaria, está el antecedente de una rica tradición oral. Sobre esas prácticas ha reflexionado Chihuailaf –ensayista y Premio Nacional de Poesía- elevándolas a la categoría de oralitura y así romper con la hegemonía de la escritura. Son los poemas cantados (üll), el canto de la machi, la música y el canto en general, el canto wünül onomatopéyico según Lorenzo Aillapan- verdaderos fermentos que han ido leudando en los poetas de acuerdo a sus particulares preocupaciones y poéticas, canto que se puede oír con nitidez, por ejemplo, en Leonel Lienlaf y Yenny Díaz Wenten. Y, por qué no sumar la manifestación vocal de Jaime Luis Huenún.

Como toda poesía, la mapuche no se ha desarrollado de manera aislada; su convivencia con la poesía chilena es innegable. En esa proximidad, dialogan, divergen y se cruzan en todos los sentidos, en ámbitos diversos de interés intercultural. Un punto importante de aquéllos son los espacios de realidad, donde se intersectan. Como ejemplo, la concepción que se tiene de la naturaleza y cuya repercusión llegó hasta los debates de la Convención constitucional. La Naturaleza para los mapuche y su variada poesía sigue siendo la entidad viva del tiempo originario; una unidad sagrada y profunda escrita con mayúscula, a la que pertenecen. En tanto, para la poesía chilena, habitante de un mundo desacralizado y manipulable, la naturaleza, aun cuando se la idealice y embellezca, está intervenida por una racionalidad productivista y muy lejos de escribirse con mayúscula.   

El florecimiento de la poesía mapuche ha sido explosivo. “Éramos veinte y ahora somos doscientos”, comenta Juan Paulo Huirimilla, un poeta que ha vuelto a la tierra. Otros resisten en la ciudad y resienten la vida de la urbe. Para la cultura mapuche, la ciudad será una herida en la Naturaleza, “ese cementerio donde todos tienen su sepulcro” lo expresará en un verso de La ciudad, Elicura Chihuailaf. Bernardo Colipan agregará en otro poema: “Se te dijo que la vida en la ciudad/ Era una gallina de espinazo pelado/ de tanto ser pisada por el gallo del destino”. (Se te advirtió que tengas cuidado). Por su parte David Aniñir, se concibe como un mapuche urbano; es decir, habitante del lugar de los mapuche sin tierra, que han incorporado la ciudad actual dentro de sí, su violencia y su carga. Su poema antológico Mapurbe habla: “Somos mapuche de hormigón/ Debajo del asfalto duerme nuestra madre/ Explotada por un cabrón/ Nacimos en la mierdópolis por la culpa del buitre cantor/ Nacimos en panaderías para que nos coma la maldición/ Somos hijos de lavanderas, panaderos, feriantes y ambulantes/ (…) Somos hijos de los hijos de los hijos/ Somos los nietos de Lautaro tomando la micro”. El escritor Javier Milanca lo calificará de ülkantun mapuche pulento y esencial. Ülkantun de la esnaki. Ülkantun de la warria brava. Aniñir es un gran operario lingüístico, como se diría hoy, conoce las hablas de la ciudad, se entiende con ellas, las interpela, las hibrida, las chapurrea.

Champurria es una noción, que no se puede dejar de citar, que desde tiempo circula entre muchos escritores –Maribel Mora Curriao ya la había revisto- y Daniela Catrileo vuelve a bucear en ella. En esa palabra que refiere a mezclas y mestizajes ha puesto también el acento Jaime Luis Huenún. En su poema Libro arroja a la lectura la crítica a una segregación en la negada mixtura de pueblo chileno, de aquello aunado e inseparable y que, sin embargo, se escinde: “Sólo puedo leer tu cara, huenún jaime luis, / (…) sólo/ puedo leer tu mitad hijo, / tu mitad hueso y calavera encarnada/ (…) Sólo puedo leer tu mitad/ padre, hermano…/ Sólo puedo leerte al lado de Otro”. No obstante, la extensa obra de Huenún, da muestras de que la poesía en momentos supremos es una sola, que en determinadas circunstancias borra fronteras, razas y géneros para alcanzar al menos, por un instante, humanidad, un solo linaje, una sola voz, los condenados de la tierra. En sus libros, el poeta, va y viene. Recorre las poéticas occidentales y vuelve a la raíz, a la iniciación, al ritual de la palabra, al Wallmapu integérrimo, insustituible –palabra que para los chilenos carece de comprensión pero que para los mapuche es un mundo.  

Podemos decir que la saga mapuche es extensa e intensa –ha transitado por la historia colonial y de ocupación, historias de familias, mundo espiritual y sus tradiciones, enseñanzas que la poesía tiene la virtud de traer al presente- y que por el momento nos deja en el umbral frente a la emergencia de nuevos poetas. Situada en un tiempo global, que es translocal, Roxana Miranda Rupailaf, toma posesión –lo dice ella- de lo que le han dado por educación, y hace presente el influjo de las vanguardias literarias y la poesía española. Aprendió y experimentó sentirse en alemán y por lo mismo aquilatar los injertos que las culturas introducen (3), sobre todo las dominantes. Esa trama de tiempo global tendrá gran incidencia en los poetas continuadores. A Wenuan Escalona se lo puede escuchar abriendo un espacio subjetivo y existencial: “… yo soy su hijo, y el hijo de otras cosas, / un voluntario que se apaga en la caridad del puritano/ en la ventana abierta se apaga, /en la cama que gotea tiempo, /en lo blanco, en lo blanco” (Box). Así lo entenderán también otras poetas: Daniela Catrileo, Ivonne Coñuecar, Yenny Díaz Wentén, que irán sumando a la ancestralidad, otras formas a su ser poetas mapuche pues las identidades no son fijaciones sino consecutivas transformaciones.      

 Materia para seguir examinando acá, hay, mas no página. Así, concluyo: si la historia la escriben los vencedores habilitados por la victoria, la poesía la escriben aquellos que han escapado a la guadaña de la derrota y de la muerte, para conservar la palabra.

 

                                  

                                                                                                       

 

 

(1)   “Hilando en la memoria. 7 mujeres mapuche”. Editoras: Soledad Falabella / Allison Ramay / Graciela Huinao . Editorial Cuarto Propio. Santiago. 2006.

(2)   Supra (1)

(3)   “Üi”. Adriana Paredes Pinda. Lom. Santiago, 2005.

(4)   Supra (1)

 
 
 

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