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  • María Teresa Torres

Poesía de mujeres en la provincia: una retrospectiva, un ahora y un querer


Foto: Pamela Alvarado Alvarez


Por María Teresa Torres

Hace poco tiempo, conversando con un escritor que goza de prestigio, a propósito de que mencionara a un par de poetas reconocidos como él, comenté que me mantenía lejos de ellos por esa costumbre acosadora de ambos. Hasta allí había sido una conversación fluida, amena; pero a partir de aquel momento, él hizo un comentario que me ubicó en el lugar de las presumidas. La charla dejó de fluir y pronto me alejé sintiendo culpa por dar impresión de vanidosa. Recién ahora que escribo este artículo sobre poesía de mujeres en Concepción, caigo en la cuenta de que el escritor prestigioso había puesto el acoso como un reconocimiento para ostentar o como una responsabilidad de quienes lo recibimos. Esta visión patriarcal naturalizada, adquiere pleno sentido a la hora de hablar de poetas mujeres de toda provincia.

La historia de la poesía siempre ha estado llena de retiradas o de idas y venidas, por lo cual no constituye una novedad; pero hablar de mujeres poetas desaparecidas de las letras locales, le da un sesgo de género a esas ausencias y/o invisibilidades. En este escenario, ubicados a partir de los años ochenta, son innumerables las poetas que surgen y desaparecen para sumergirse tal vez en los roles de crianza y trabajo. Alejadas, quién sabe, de aquellos círculos en los cuales, a decir de Alejandra Ziebrecht, las mujeres partimos de 6 o aburridas del escrutinio masculino donde persiste más la musa que la sujeta de la enunciación, como suele decir Olga Grandón.

Antes de continuar, me permito aclarar que el presente artículo es esencialmente un ejercicio de memoria y no producto de un estudio exhaustivo, por lo que las omisiones de algunos nombres obedecen exclusivamente a ello. Quiero indicar que me he limitado a nombrar poetas mujeres, por lo que he excluido aquellas escritoras que se han dedicado preferentemente a la prosa o a la dramaturgia, reconociendo las cualidades líricas en muchas de ellas, como en Leyla Selman, Luz Marina Vergara y Aida Ester Mora.


Voces de los ochenta

Mientras la reconocida revista Posdata marcaba un hito en un espacio impactado aún por la tragedia de Chile, la poesía de mujeres universitarias se mantenía en ese cuarto a media luz de la intimidad. Luego vendría el roneo urgente, donde amparadas por el formato colectivo, aparecía textos escritos por Maritza Aburto, Olga Grandón y María Teresa (Uca) Torres, entre otras. Paralelo a ello, las poetas más visibles de la escena penquista publicaban libros y el Diario El Sur dedicaba algo de tinta para visibilizar dichos trabajos. Me refiero a Norma Sierpe, Margarita Kurt y Judit Romo, todas vinculadas a la Sociedad de Escritores de Chile, Filial Concepción. Para pertenecer a la SECH, contar con una publicación era imprescindible, cuestión nada menor considerando las dificultades de edición de la época, por lo que muchas poetas se volvieron aún más invisibles. Quien se hizo ver en aquellos años fue Alejandra Parés, la cual, en 1982 con apenas 20 años, era entrevistada por el suplemento La Gaceta del Diario El Sur. Ella formaba parte del Grupo Literario Gabriela Mistral dirigido por Mario Rodríguez. También por estos años es la primera aparición de Violeta Cáceres, antologada en “Ocho Cuerdas para la lluvia” de Ediciones Etcétera, la autora se ha mantenido vigente desde la escritura y la gestión cultural, vinculada a la Universidad Católica de la Santísima Concepción.

A mediados de los años ´80, la lucha antidictatorial diversificó sus expresiones y aumentó el número de personas que se sumaban a este movimiento a través de la creación literaria. En medio del terror, como un correlato vivificador, surgen iniciativas inaugurales para la literatura escrita por mujeres, me refiero al Congreso de Literatura Femenina Latinoamericana, llevado a cabo en Santiago en 1987; a la publicación de “Mi rebeldía es vivir”, escrito por Arinda Ojeda desde la Cárcel de Coronel, Nancy Solis con su poemario “Estrellando el muro” y al libro póstumo de Angélica Rojas “Ni promesas ni juramentos”, siendo prisionera política en distintas cárceles de Chile; a la conformación del Centro de Educación y Cultura Mistral, CECUM, que agrupó mujeres creadoras de la galaxia de Tomé y, por último, a la poesía de amor lésbico de Consuelo Rivera, poeta y activista por los derechos de la diversidad sexual.

A la par de lo anterior, desde la población van emergiendo voces agrupadas en Centros Culturales que llenarían de luz una época sombría. Tal es el caso del Club de Lectores Federico García Lorca de Hualpencillo, destacando a Lidia Mansilla, quien ha logrado mantener presencia y reconocimiento. A su vez, Vitalia Sagristá, funda el Grupo Literario del adulto mayor, siendo además miembro del Taller Literario Mano de obra. Por su parte, la poeta y gestora cultural, Miriam Leiva, cuyos inicios la vinculan al Taller Literario Alonso de Ercilla, se uniría al Taller Mano de Obra. Por aquellos mismos años, Rocío L’Amar, publicó su primer libro; misma época en que Marta Morales hiciera lo propio con “Electra”, cuya reedición en el 2020, la trae de vuelta con solidez y oficio. En cambio, Margarita Cruzat, quien participaba desde los años ’80 en Talleres Literarios vinculados a la Universidad de Concepción, publicó su primer libro “Crea Cruda” recién en el año 2000.

Hacia fines de los ´80, fue publicada la antología y estudio crítico “Las plumas del colibrí: quince años de poesía en Concepción (1973-1988)” ( María Nieves Alonso, Mario Rodríguez y Gilberto Triviños, en colaboración con el poeta español Juan Carlos Mestre) la cual incluye 28 poetas y solo 3 son mujeres: Arinda Ojeda, que al momento de la publicación se encontraba prisionera en la Cárcel de Coronel; Ximena Pozo y Mariana Arrate, avecindada en aquellos años en Concepción, siendo esta ciudad en la que publica su primer libro “Este lujo de ser” (1986) manteniéndose en la escena poética nacional a través de una robusta obra. En este punto, época en que yo no contaba con ninguna publicación individual, salvo un par de poemas aparecidos en la Revista “Poesía diaria”, recibo la invitación para ser parte de una suerte de continuación de “Las plumas del colibrí” que reuniría solo poetas mujeres, suyo título sería “Los placeres prohibidos”, proyecto que nunca se concretó. Vale mencionar que luego de años de silencio, Arinda Ojeda publicó recientemente su libro Testimonial “Entre arpilleras y carbón piedra”.


Los grupos literarios, las antologías y las acciones de arte a partir de los ‘90

A partir de los años ’90, el inicio de la institucionalización de las Artes ubicará la poesía en formato de antologías, talleres y encuentros; manteniéndose, en menor medida, la autogestión.

En 1992 inicia su funcionamiento en distintas regiones de Chile, Balmaceda 1215, actualmente nominada Balmaceda Arte joven, cuyos talleres han reunido las letras de distintas generaciones. Lo mismo pasa con la Corporación Cultural Artistas del Acero, que a partir del año 1958 ha promovido el desarrollo cultural de la Región del Biobío. Al mencionar Artistas del Acero, es menester mencionar a Taty Torres, cuya prolífera producción la ha hecho merecedora de premios, como el Municipal de Literatura Penco 2018.

Vinculadas al Taller Fernando González-Urízar, dirigido por Tulio Mendoza y a la Sociedad de Escritores de Chile, se harán un espacio, entre otras, Alicia Hernández, Mirentxu Hernández, Alicia Navarro y Gladys Muñoz. Mientras que el Instituto Chileno Británico y la Casa de los Colores acogerá al Grupo Literario Mujer compuesto por Arinda Ojeda, Olga Grandón, Carmen Durán, Consuelo Rivera, M. Teresa (Uca) Torres, Marcela Ramos y Nivia Bustos, quienes publicarán el libro colectivo “Ventoleras” en 1993, mismo año en que Wilma Borchers lanzara en el Instituto chileno-norteamericano “Jam Session”. Por su parte, el Colectivo literario de mujeres “Máscaras” dirigido por Marjorie Mardones, que contaba con la participación de estudiantes de Español de la Universidad de Concepción, tendrá entre sus miembros a la escritora y poeta Cecilia Rubio, quien acaba de publicar “Esta rosa o el nadador” (2021).

Siendo una colegiala, se hará visible Damsi Figueroa, quien emerge con una escritura potente que utilizará no solo la página, sino los rieles del tren o las estatuas del Campus universitario. En el año 1994 publica su primer libro “Judith y Eleofonte”. También desde el Puerto de Talcahuano, otra poeta irrumpe “En rompecaída” (1996) en la escena literaria, Alejandra Ziebrecht, ambas galardonadas por el Premio Municipal de Arte y Cultura de Talcahuano. Por su parte, Marta Contreras, publicará su primer poemario en 1997, “Ángel todavía feo”, mismo año que Marcia Flandes, presentará en el Instituto Chileno Británico su libro “La mano de nadie”. Al año siguiente, Ingrid Odgers, publicará por ediciones Etcétera sus primeros dos libros, los que serían el inicio de una multifacética creación y gestión literaria.

En materia de las antologías que circulan hacia al final de los ’90, destaca “Diccionarios de Autores de la Región del Bío-Bío” de Matías Cardal, 1997; Ecos del Silencio, 1998, Patricio Novoa&Gabriel Aedo, compiladores, cuya selección de 27 poetas que participaron del encuentro Poesía interactiva en Concepción, incluye a Verónica Macaya, Pilar Cabello, Damsi Figueroa, Cecilia Rubio y María Teresa (Uca) Torres. Mención aparte merece la pequeña antología “Esperando a Luis” que reúne la poesía de 9 mujeres que participaron en el Encuentro Literario organizado por CECUM, Sandra Silva, Cecilia Rubio, Verónica Macaya, Rut Carvajal, Damsi Figueroa, Valeria Gajardo, María Teresa (Uca) Torres, Magali Gajardo y Alejandra Ziebrecht.


La poesía performática, el megáfono, la diversidad y más antologías

Alejándose de la estética de la lectura poética usual que consiste básicamente en un escritorio y una voz más o menos impostada, la poesía, paralelamente, continuará transitando por la hibridez creativa, donde se une la palabra al gesto, al color, al sonido, a la representación. Como si se tratara de una gran sala de teatro, la escena penquista alguna vez fue Azul, para quienes recuerden el Teatro Urbano experimental de los ochenta; ahora, devenida en rojos, negros, disfraces, megáfono o máscaras, para poner movimiento a esta ciudad telúrica. Bárbara Calderón, quien publicó su primer libro “Territorio de silencio” en el año 2000, será una de las poetas que, junto a Rosy Sáez, subirá al tablón. Mientras que Bárbara Calderón se dedicaría preferencialmente a la Décima, Rosy Sáez, mantendrá el megáfono y la acción performática. Por su parte, Karina Capitana, será la máscara que no tiene nada que ocultar; la voz de Úrsula Medalla vibrará potente en distintos espacios donde se une crear-resistir, como El Taller del Libro, donde la edición será autogestión, abierta para quienes, por opción o marginación, no cuentan con el logo institucional. Por esos lugares circula la poesía de Alejandra Matthei, la que, devenida en monólogo teatral, subirá a un renovado Teatro Dante.

Con una selección de Alexis Figueroa, la “Muestra de poesía en Concepción, Sub-Treinta” (2008), compila a 15 poetas, entre ellas 5 mujeres: Cynthia Vanlerberghe, Camila Varas, Mónica Contreras, Carolina Escobar y Gloria Sepúlveda (“Edad”, 2019). Quien podría haber sido parte de esa antología, es Daniela Guerrero, contando con su primera publicación el año 2011, “Aguas Cercenadas”, reeditada y aumentada en 2018 por ediciones de Puño y letra y Rosalía Valenzuela, cuya obra prima es “Veinticinco de otoño” o Amanda Varín cuya poesía lesbo-feminista, se esparcirá en formato libro a partir del año 2015 cuando publica “Crisálidas”. Del 2015 data también la primera publicación de Ángela Neira “Menester”, quien ha incursionado en la dramaturgia y en la gestión cultural, centrada en la divulgación de la creación de mujeres.

En enero de 2013 la Revista literaria Mano de obra, publica una edición especial por su 28 aniversario, en la que se incluye a Andrea Hernández, Ivette Molina, Marjorie Mardones, Miriam Leiva, Vitalia Sagristá y Bárbara Calderón.

A su vez, se reconoce a la Revista Mocha, como un espacio para la divulgación creativa de quienes han optado por participar y han tenido cabida en aquella fórmula temática y selectiva que ha logrado mantenerse en escena desde hace varios años y a los Premios Ceres que han destacado a Taty Torres, Daniela Guerrero, Angela Neira-Muñoz y Bárbara Calderón, pudiendo haber otras que no recuerdo.

Para tener cabida en la escena local y relevar el trabajo colectivo, tal como a principios de los ’90 el Grupo literario Mujer publicara “Ventoleras”; en 2016, la editorial Amukan publica “Viento Sur: poesía en territorios compartidos”, que reúne la poesía de Camila Varas, Noelia Figueroa, Damsi Figueroa, Nelly González, Cecilia Rubio, María Teresa (Uca) Torres y Alejandra Ziebrecht. En esta misma línea, la editora Ángela Neira-Muñoz y la compiladora Ángela Rivera Martínez lanzarán “Procesos escriturales-Mujeres de Puño y Letra” (2018), que incluye a varias poetas mencionadas previamente, además de las reconocidas Elvira Hernández, Teresa Calderón, Maha Vidal, Soledad Fariña, entre otras, todas las cuales participaron en los Ciclos expositivos de Mujeres de Puño y Letra, llevados a cabo en la ciudad de Concepción en el año 2016. Destacaré acá a Mónica Vargas y a Paulina Ibieta, cuyo primer poemario “Humana Condición. Poema en tres partes” fue publicado por Editorial Cuarto Propio en 2005. A su vez, la poeta y gestora cultural, Verónica Sandoval, dará voz a 42 autores mayores de 60 años, 26 de los cuales son mujeres, a través de la antología “Confinitud. Por mi derecho a hablar”, del año 2020.


Las editoras

Para terminar, quiero destacar a las escritoras que se han involucrado de modo activo en la promoción de la escritura de otras, me refiero a las Editoriales dirigidas por mujeres, cuyo trabajo situado desde los feminismos ha permitido que emerjan muchas más voces y que el escrutinio no sea desde el sesgo patriarcal. Me refiero a Damsi Figueroa y Noelia Figueroa, con Amukan Editorial Itinerante; a Ángela Neira-Muñoz, Editorial Mujeres de puño y letra, a Ingrid Odgers, con Ediciones Orlando y a Daniela Guerrero, Editora de Escrituras periféricas, Editorial independiente.

Por último, me permito creer en que podremos construir diálogos en los cuales no esté presente el acoso textual ni sexual y ningún poeta conocido, desconocido o reconocido pueda transferirnos una culpa que no es nuestra y en querer como ha dicho Diamela Eltit “democratizar el espacio de la letra y romper así, dominaciones culturales”.


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