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Carolina Lara Bahamondes

¿Qué nos pasó?/ Carolina Lara Bahamondes

Foto: Manuel Morales Requena




Decía el personaje de un meme, que circulaba por redes sociales en plena pandemia, que ya estaba cansado de vivir “acontecimientos históricos”.  Y aún quedaba más por venir; desde 2019 –y ya son 4 años– nos ha sacudido como país, como sociedad chilena, una seguidilla de hechos imprevisibles, no calculados, con la intensidad de varios terremotos. A la épica del estallido de octubre, a las calles desbordadas de cuerpos y consignas (y pese a la violencia policial que buscaba acallar la rabia, convirtiendo a la protesta en batalla campal), a las plazas y sedes vecinales pobladas de cabildos y asambleas donde colectivamente reflexionábamos sobre el Chile que hemos sido y el que podríamos ser en demanda de igualdad y dignidad, vino el encierro total, el confinamiento, la enfermedad y el miedo a la muerte. ¿Qué experimento social hemos sido?

 

            “Normalidad” es una palabra que sabemos relativa, hasta lejana, enfrentadxs en poco tiempo a repetidas crisis y al abismo de un cambio sin camino cierto, una caída que hasta ahora nos ha llevado a la perpetuidad del miedo, miedo al narcotráfico, a la delincuencia, a la crisis económica, al terrorismo de Wallmapu, miedo que instalan los medios de comunicación y los poderes que hay detrás, políticos, económicos, y que nos ha hecho olvidar el trazado que habíamos empezado a dibujar en 2019. Por esto, poco importa tal vez que no hayamos sabido aprovechar la oportunidad –mísera sí– que nos dejaron los acuerdos políticos, de escribir como pueblo soberano una nueva constitución para Chile, y que ahora la estén liderando representantes de un ultraconservadurismo retrógrado.

 

            El rechazo que ganó ampliamente sobre esa constitución utópica, fue sin duda un golpe bajo, un mazazo, una patada donde más nos doliera a todo un porcentaje de personas que nos creíamos con las mejores intenciones de construir ese nuevo Chile desde el sentido y el bien común, pero lo que creíamos mejor para este país remecido no es lo que quieren ni cree mejor esa rotunda mayoría.

 

            Tal vez el mundo de la cultura fue de los más afectados por esta situación. Hace unos días, en un encuentro de planificación para una exposición que conmemorará los 50 años del golpe de Estado en la Sala Federico Ramírez, la representante de una agrupación de derechos humanos recordaba cómo en un momento de la dictadura se hablaba de “apagón cultural” frente a la sensación – actual– de que la cultura está acallada y ausente de los procesos sociales y políticos. “Ya nos olvidamos que la cultura jugó un rol principal en el triunfo de Allende”, agregó.

 

            Pienso siempre en las experiencias que conocimos a través de la investigación “Concepción, te devuelvo tu imagen. Resistencia cultural (1972 - 1991)”[1], en el activo compromiso y valentía de aquellos artistas y trabajadorxs culturales que pronto comenzaron a reunirse y a organizar exposiciones pese a la censura, o encuentros culturales en la clandestinidad, o a salir de ella para camuflarse en espacios comunitarios, y esto aún en los años 70, sin jamás percibir apagón alguno. Se trata de un movimiento que en los 80 desbordó los límites del arte y que, en sus obras, acciones e intervenciones, en su poder de lucha y articulación, resulta en la actualidad tremendamente ejemplar.   

 

            Recuerdo lo que vino en esos años 90 cuando –tras la experiencia conceptual de la Escena de Avanzada en dictadura– en Santiago, el arte “chileno” tendía a estrategias como las instalaciones y el arte objetual, situándose en espacios galerísticos y museales, con discursos profundamente críticos y reflexivos sobre el contexto de la posdictadura y la economía neoliberal. Generalmente financiado por Fondart -único apoyo para quienes iban saliendo con esplendorosos títulos desde las escuelas de arte universitarias- fondo concursable que había debutado a comienzos de esa década desde las políticas de la Concertación, era un arte que se iba encapsulando con rigor académico en procedimientos correctos, si bien tematizando lo social y político, no molestando a nadie.

 

            El epítome del arte y activismo en tiempos de dictadura había sido en Santiago el No + del CADA (Colectivo de Acciones de Arte), consigna gráfica que circuló por las calles apropiada por el movimiento en resistencia contra el régimen militar y el terrorismo de Estado. Cuando ya la democracia había llegado con la alegría de un arcoíris, los artistas que antes estuvieron en las calles, protestando codo a codo con el movimiento social y político, emigraron, se recluyeron en sus talleres o en oficinas, mimetizándose con el sistema o dedicándose a llenar formularios. El CADA y la Escena de Avanzada se convirtieron en material de estudio. Fue toda una década de prácticas academizadas y endogámicas que se han prolongado hasta la actualidad, de artistas (de arte contemporáneo) que hablaban de política dentro de galerías de arte, en museos, en ferias de arte, en revistas de papel couché y ahora en redes sociales e internet.

 

            Creo que una respuesta en busca de real vinculación con el contexto social se dio desde provincia. Avanzando los 2000, surgieron otras búsquedas en epicentros como Concepción y Valparaíso, con el tiempo en Talca, Temuco, Valdivia, Antofagasta e Iquique. Un arte que ha indagado en vínculos con el territorio, con sus comunidades, sin importarle si esos procesos son exhibidos o no.

 

            Entre 2011 y 2018 participé en una de esas experiencias. Trabajando en Mesa8[2], junto a artistas e investigadorxs en arte de Concepción y Tomé, realizamos todo un proceso de vinculación y aportación sobre la memoria textil de esta última localidad donde residimos 3 de lxs 6 integrantes de esta agrupación donde abordamos la relación entre arte contemporáneo y comunidades; somos 2 que además participamos en organizaciones de defensa de los patrimonios en lo local[3]. Bajo el rótulo de [Re] Nacionalización, realizamos una serie de encuentros comunitarios, acciones en el espacio público y construcción de un Atlas, que implicó reflexionar sobre la relación entre la nacionalización de la Fábrica de Bellavista en 1971 y la movilización ciudadana que luchó por su declaratoria como Monumento Histórico Nacional entre 2014 y 2017, para evitar su demolición y el desarrollo de un proyecto inmobiliario.

 

            Jugar un rol más activo, involucrado y comprometido desde el ámbito del arte contemporáneo, para visibilizar, resignificar, dar otros sentidos a los procesos sociales y ojalá potenciarlos, dinamizarlos, enriquecerlos, eran ideas también en las discusiones que teníamos al interior del grupo que fuimos Rotativa III. Este encuentro definido desde la relación entre artistas y barrios, y que realizamos el 2017, 2018 y 2019 desde el Punto de Cultura Federico Ramírez de la Municipalidad de Concepción (yo como curadora del espacio) y Almacén Editorial (Óscar Concha y Felipe Oliver), tuvo ese último año un contexto muy desafiante: la revuelta popular. Era octubre cuando nos reuníamos[4] ya para decidir qué hacer en esa versión que habíamos definido desde el título Arte, Activismo, ¿Activación?: fue un cuestionamiento sobre el accionar político de la escena local, que se convirtió en ¡Activación!, cuando nos veíamos reflexionando en medio de una sala vacía, a espaldas de las calles trastocadas por la protesta masiva, impulsándonos a salir para encontrarnos con el acontecer de esos momentos, con el sentir y pensar de vecinas, vecinos y transeúntes. Desechando la idea de hacer una exposición, fueron 2 encuentros comunitarios en barrios (Prieto Cruz y Nueva Aurora) y una intervención colectiva en la placita del Punto de Cultura, en pleno centro de Concepción, donde abordamos problemáticas propias de esos sectores y de la coyuntura política.

 

            Pero ¿con qué lenguaje seguíamos hablando desde el mundo del arte? ¿A quiénes? ¿Cómo hemos estado relacionándonos?

 

            Tras el abrumador resultado de ese plebiscito del 4 de septiembre de 2022, que el referendo del 7 de mayo llegó a consolidar, la realidad se nos ha precipitado con todo su peso y la sensación de que la distopía es ahora: si bien hemos estado hablando de política, con conciencia social e intentando conectar, este accionar parece desenvolverse aún desde un pedestal y no desde la realidad cotidiana que también nos abruma con sus injusticias y desigualdades. Al parecer, nos hemos estado hablando a nosotrxs mismxs. Mientras, la derecha y su agenda política pauteando los medios de comunicación, ha estado definiendo qué es lo que necesitamos y qué no, con toda una base en la perpetuación del sistema de dominación que instaló la dictadura cívico-militar al socavar la educación, el sistema de salud, de vivienda social, instalando un individualismo y un consumismo desde lo profundo, construyendo al mismo tiempo poder social a través de las iglesias evangélicas en las poblaciones, en barrios periféricos, en pueblos y zonas rurales, en el norte, en el sur, en Wallmapu.

 

            ¿Qué construir ahora desde la rabia y el sentido común? Por ahora, tal vez recién saliendo de la desazón, del abatimiento, sólo creo en el encuentro desde lo colectivo, en esa suerte de micro política que es reunirse a conversar, conocerse, compartir y aprender mutuamente, donde las obras de arte, las exposiciones, los procesos artísticos, no serían más que un pretexto para concientizar(nos) y activar(nos). Devolver el poder reparador y forjador de sentidos a la acción artística y cultural, como una manera de devolver a nuestro quehacer su potencial de transformación social.

 

 


[1] Investigación, libro y exposición que realizamos Leslie Fernández, Gonzalo Medina y quien escribe.

[2] Mesa8 somos actualmente Natascha de Cortillas, Andrea Herrera, Daniel Cartes, David Romero, Eduardo Cruces y Carolina Lara.

[3] El Consejo Comunal para el Patrimonio - Tomé y la Corporación La Fábrica.

[4] Como artistas, participaron Vania Caro, Carla Cimarrona, Karina Kapitana, María Lorena Figueroa, Valentina Díaz, Sebastián Rivas y Eduardo Cruces.

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